Page 56 - 1984
P. 56
aquella fecha se hallaban en suelo eurasiático, que habían ido en avión desde
un aeródromo secreto en el Canadá hasta Siberia, donde tenían una misteriosa
cita. Allí se habían puesto en relación con miembros del Estado Mayor
eurasiático al que habían entregado importantes secretos militares. La fecha se
le había grabado a Winston en la memoria porque coincidía con el primer día
de estío, pero toda aquella historia estaba ya registrada oficialmente en
innumerables sitios. Sólo había una conclusión posible: las confesiones eran
mentira.
Desde luego, esto no constituía en sí mismo un descubrimiento. Incluso
por aquella época no creía Winston que las víctimas de las purgas hubieran
cometido los crímenes de que eran acusados. Pero ese pedazo de papel era ya
una prueba concreta; un fragmento del pasado abolido como un hueso fósil
que reaparece en un estrato donde no se le esperaba y destruye una teoría
geológica. Bastaba con ello para pulverizar al Partido si pudiera publicarse en
el extranjero y explicarse bien su significado.
Winston había seguido trabajando después de su descubrimiento. En
cuanto vio lo que era la fotografía y lo que significaba, la cubrió con otra hoja
de papel. Afortunadamente, cuando la desenrolló había quedado de tal modo
que la telepantalla no podía verla.
Se puso la carpeta sobre su rodilla y echó hacia atrás la silla para alejarse
de la telepantalla lo más posible. No era difícil mantener inexpresiva la cara e
incluso controlar, con un poco de esfuerzo, la respiración; pero lo que no podía
controlarse eran los latidos del corazón y la telepantalla los recogía con toda
exactitud. Winston dejó pasar diez minutos atormentado por el miedo de que
algún accidente —por ejemplo, una súbita corriente de aire— lo traicionara.
Luego, sin exponerla a la vista de la pantalla, tiró la fotografía en el «agujero
de la memoria» mezclándola con otros papeles inservibles. Al cabo de un
minuto, el documento sería un poco de ceniza.
Aquello había pasado hacía diez u once años. «De ocurrir ahora, pensó
Winston, me habría guardado la foto.» Era curioso que el hecho de haber
tenido ese documento entre sus dedos le pareciera constituir una gran
diferencia incluso ahora en que la fotografía misma, y no sólo el hecho
registrado en ella, era sólo recuerdo. ¿Se aflojaba el dominio del Partido sobre
el pasado —se preguntó Winston— porque una prueba documental que ya no
existía hubiera existido una vez?
Pero hoy, suponiendo que pudiera resucitar de sus cenizas, la foto no podía
servir de prueba. Ya en el tiempo en que él había hecho el descubrimiento, no
estaba en guerra Oceanía con Eurasia y los tres personajes suprimidos tenían
que haber traicionado su país con los agentes de Asia oriental y no con los de
Eurasia. Desde entonces hubo otros cambios, dos o tres, ya no podía