Page 54 - 1984
P. 54
los demás, unos cuantos habían desaparecido mientras que la mayoría fue
ejecutada después de unos procesos públicos de gran espectacularidad en los
que confesaron sus crímenes. Entre los últimos supervivientes había tres
individuos llamados Jones, Aaronson y Rutherford. Hacia 1965 —la fecha no
era segura— los tres fueron detenidos. Como ocurría con frecuencia,
desaparecieron durante uno o más años de modo que nadie sabía si estaban
vivos o muertos y luego aparecieron de pronto para acusarse ellos mismos de
haber cometido terribles crímenes. Reconocieron haber estado en relación con
el enemigo (por entonces el enemigo era Eurasia, que había de volver a serlo),
malversación de fondos públicos, asesinato de varios miembros del Partido
dignos de toda confianza, intrigas contra el mando del Gran Hermano que ya
habían empezado mucho antes de estallar la Revolución y actos de sabotaje
que habían costado la vida a centenares de miles de personas. Después de
confesar todo esto, los perdonaron, les devolvieron sus cargos en el Partido,
puestos que eran en realidad inútiles, pero que tenían nombres sonoros e
importantes. Los tres escribieron largos y abyectos artículos en el Times
analizando las razones que habían tenido para desertar y prometiendo
enmendarse.
Poco tiempo después de ser puestos en libertad esos tres hombres, Winston
los había visto en el Café del Nogal. Recordaba con qué aterrada fascinación
los había observado con el rabillo del ojo. Eran mucho más viejos que él,
reliquias del mundo antiguo, casi las últimas grandes figuras que habían
quedado de los primeros y heroicos días del Partido. Todavía llevaban como
una aureola el brillo de su participación clandestina en las primeras luchas y
en la guerra civil. Winston creyó haber oído los nombres de estos tres
personajes mucho antes de saber que existía el Gran Hermano, aunque con el
tiempo se le confundían en la mente las fechas y los hechos. Sin embargo,
estaban ya fuera de la ley, eran enemigos intocables, se cernía sobre ellos la
absoluta certeza de un próximo aniquilamiento. Cuestión de uno o dos años.
Nadie que hubiera caído una vez en manos de la Policía del Pensamiento,
podía escaparse para siempre. Eran cadáveres que esperaban la hora de ser
enviados otra vez a la tumba.
No había nadie en ninguna de las mesas próximas a ellos. No era prudente
que le vieran a uno cerca de semejantes personas. Los tres, silenciosos, bebían
ginebra con clavo; una especialidad de la casa. De los tres, era Rutherford el
que más había impresionado a Winston. En tiempos, Rutherford fue un famoso
caricaturista cuyas brutales sátiras habían ayudado a inflamar la opinión
popular antes y durante la Revolución. Incluso ahora, a largos intervalos,
aparecían sus caricaturas y satíricas historietas en el Times. Eran una imitación
de su antiguo estilo y ya no tenían vida ni convencían. Era volver a cocinar los
antiguos temas: niños que morían de hambre, luchas callejeras, capitalistas con
sombrero de copa (hasta en las barricadas seguían los capitalistas con su