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intervalos de varios años? Pero un asunto amoroso de verdad era una fantasía
irrealizable. Las mujeres del Partido eran todas iguales. La castidad estaba tan
arraigada en ellas como la lealtad al Partido. Por la educación que habían
recibido en su infancia, por los juegos y las duchas de agua fría, por todas las
estupideces que les metían en la cabeza, las conferencias, los desfiles,
canciones, consignas y música marcial, les arrancaban todo sentimiento
natural. La razón le decía que forzosamente habría excepciones, pero su
corazón no lo creía. Todas ellas eran inalcanzables, como deseaba el Partido.
Y lo que él quería, aún más que ser amado, era derruir aquel muro de
estupidez aunque fuera una sola vez en su vida. El acto sexual, bien realizado,
era una rebeldía. El deseo era un crimental. Si hubiera conseguido despertar
los sentidos de Katharine, esto habría equivalido a una seducción aunque se
trataba de su mujer.
Pero tenía que contar el resto de la historia. Escribió:
Encendí la luz. Cuando la vi claramente...
Después de la casi inexistente luz de la lamparilla de aceite, la luz eléctrica
parecía cegadora. Por primera vez pudo ver a la mujer tal como era. Avanzó
un paso hacia ella y se detuvo horrorizado. Comprendía el riesgo a que se
había expuesto. Era muy posible que las patrullas lo sorprendieran a la salida.
Más aún: quizá lo estuvieran esperando ya a la puerta. Nada iba a ganar con
marcharse sin hacer lo que se había propuesto.
Todo aquello tenía que escribirlo, confesarlo. Vio de pronto a la luz de la
bombilla que la mujer era vieja. La pintura se apegotaba en su cara tanto que
parecía ir a resquebrajarse como una careta de cartón. Tenía mechones de
cabellos blancos; pero el detalle más horroroso era que la boca, entreabierta,
parecía una oscura caverna. No tenía ningún diente.
Winston escribió a toda prisa:
Cuando la vi a plena luz resultó una verdadera vieja. Por lo menos tenía
cincuenta años. Pero, de todos modos, lo hice.
Volvió a apoyar las palmas de las manos sobre los ojos. Ya lo había escrito,
pero de nada servía. Seguía con la misma necesidad de gritar palabrotas con
toda la fuerza de sus pulmones.
CAPÍTULO VII
Si hay alguna esperanza, escribió Winston, está en los proles.
Si había esperanza, tenía que estar en los proles porque sólo en aquellas