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perfume  baratísimo;  pero,  sin  embargo,  atraía,  ya  que  ninguna  mujer  del
               Partido  usaba  perfume  ni  podía  uno  imaginársela  perfumándose.  Solamente
               los  proles  se  perfumaban,  y  ese  olor  evocaba  en  la  mente,  de  un  modo
               inevitable, la fornicación.

                   Cuando  estuvo  con  aquella  mujer,  fue  la  primera  vez  que  había  caído
               Winston  en  dos  años  aproximadamente.  Por  supuesto,  toda  relación  con
               prostitutas estaba prohibida, pero se admitía que alguna vez, mediante un acto

               de gran valentía, se permitiera uno infringir la ley. Era peligroso pero no un
               asunto  de  vida  o  muerte,  porque  ser  sorprendido  con  una  prostituta  sólo
               significaba cinco años de trabajos forzados. Nunca más de cinco años con tal
               de que no se hubiera cometido otro delito a la vez. Lo cual resultaba estupendo
               ya que había la posibilidad de que no le descubrieran a uno. Los barrios pobres

               abundaban  en  mujeres  dispuestas  a  venderse.  El  precio  de  algunas  era  una
               botella  de  ginebra,  bebida  que  se  suministraba  a  los  proles.  Tácitamente,  el
               Partido se inclinaba a estimular la prostitución como salida de los instintos que
               no podían suprimirse. Esas juergas no importaban políticamente ya que eran
               furtivas  y  tristes  y  sólo  implicaban  a  mujeres  de  una  clase  sumergida  y
               despreciada. El crimen imperdonable era la promiscuidad entre miembros del
               Partido.  Pero  —aunque  éste  era  uno  de  los  crímenes  que  los  acusados

               confesaban  siempre  en  las  purgas—  era  casi  imposible  imaginar  que  tal
               desafuero pudiera suceder.

                   La finalidad del Partido en este asunto no era sólo evitar que hombres y
               mujeres establecieran vínculos imposibles de controlar. Su objetivo verdadero
               y no declarado era quitarle todo placer al acto sexual. El enemigo no era tanto
               el  amor  como  el  erotismo,  dentro  del  matrimonio  y  fuera  de  él.  Todos  los
               casamientos  entre  miembros  del  Partido  tenían  que  ser  aprobados  por  un

               Comité nombrado con este fin y —aunque al principio nunca fue establecido
               de  un  modo  explícito—  siempre  se  negaba  el  permiso  si  la  pareja  daba  la
               impresión de hallarse físicamente enamorada. La única finalidad admitida en
               el matrimonio era engendrar hijos en beneficio del Partido. La relación sexual
               se  consideraba  como  una  pequeña  operación  algo  molesta,  algo  así  como

               soportar  un  enema.  Tampoco  esto  se  decía  claramente,  pero  de  un  modo
               indirecto  se  grababa  desde  la  infancia  en  los  miembros  del  Partido.  Había
               incluso organizaciones como la Liga juvenil Anti-Sex, que defendía la soltería
               absoluta  para  ambos  sexos.  Los  niños  debían  ser  engendrados  por
               inseminación artificial (semart, como se le llamaba en neolengua) y educados
               en instituciones públicas. Winston sabía que esta exageración no se defendía
               en serio, pero que estaba de acuerdo con la ideología general del Partido. Este

               trataba de matar el instinto sexual o, si no podía suprimirlo del todo, por lo
               menos  deformarlo  y  mancharlo.  No  sabía  Winston  por  qué  se  seguía  esta
               táctica,  pero  parecía  natural  que  fuera  así.  Y  en  cuanto  a  las  mujeres,  los
               esfuerzos del Partido lograban pleno éxito.
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