Page 42 - 1984
P. 42

unos zapatos muy raros. Sí, mi niña dijo que no había visto a nadie con unos
               zapatos así; de modo que la cosa estaba clara. Era un extranjero. Para una niña
               de siete años, no está mal, ¿verdad?

                   —¿Y qué le pasó a ese hombre? —se interesó Winston.

                   —Eso  no  lo  sé,  naturalmente.  Pero  no  me  sorprendería  que...  —Parsons
               hizo el ademán de disparar un fusil y chasqueó la lengua imitando el disparo.

                   —Muy bien —dijo Syme abstraído, sin levantar la vista de sus apuntes.


                   —Claro,  no  podemos  permitirnos  correr  el  riesgo...  —asintió  Winston,
               nada convencido.

                   —Por supuesto, no hay que olvidar que estamos en guerra.

                   Como para confirmar esto, un trompetazo salió de la telepantalla vibrando
               sobre  sus  cabezas.  Pero  esta  vez  no  se  trataba  de  la  proclamación  de  una
               victoria militar, sino sólo de un anuncio del Ministerio de la Abundancia.

                   —¡Camaradas!  —exclamó  una  voz  juvenil  y  resonante—.  ¡Atención,

               camaradas! ¡Tenemos gloriosas noticias que comunicaros! Hemos ganado la
               batalla de la producción. Tenemos ya todos los datos completos y el nivel de
               vida  se  ha  elevado  en  un  veinte  por  ciento  sobre  el  del  año  pasado.  Esta
               mañana ha habido en toda Oceanía incontables manifestaciones espontáneas;
               los  trabajadores  salieron  de  las  fábricas  y  de  las  oficinas  y  desfilaron,  con
               banderas desplegadas, por las calles de cada ciudad proclamando su gratitud al
               Gran Hermano por la nueva y feliz vida que su sabia dirección nos permite

               disfrutar. He aquí las cifras completas. Ramo de la Alimentación...

                   La expresión «por la nueva y feliz vida» reaparecía varias veces. Estas eran
               las palabras favoritas del Ministerio de la Abundancia. Parsons, pendiente todo
               él de la llamada de la trompeta, escuchaba, muy rígido, con la boca abierta y
               un aire solemne, una especie de aburrimiento sublimado. No podía seguir las
               cifras, pero se daba cuenta de que eran un motivo de satisfacción. Fumaba una

               enorme y mugrienta pipa. Con la ración de tabaco de cien gramos a la semana
               era  raras  veces  posible  llenar  una  pipa  hasta  el  borde.  Winston  fumaba  un
               cigarrillo  de  la  Victoria  cuidando  de  mantenerlo  horizontal  para  que  no  se
               cayera  su  escaso  tabaco.  La  nueva  ración  no  la  darían  hasta  mañana  y  le
               quedaban sólo cuatro cigarrillos. Había dejado de prestar atención a todos los
               ruidos excepto a la pesadez numérica de la pantalla. Por lo visto, había habido

               hasta  manifestaciones  para  agradecerle  al  Gran  Hermano  el  aumento  de  la
               ración  de  chocolate  a  veinte  gramos  cada  semana.  Ayer  mismo,  pensó,  se
               había anunciado que la ración se reduciría a veinte gramos semanales. ¿Cómo
               era  posible  que  pudieran  tragarse  aquello,  si  no  habían  pasado  más  que
               veinticuatro horas? Sin embargo, se lo tragaron. Parsons lo digería con toda
               facilidad, con la estupidez de un animal. El individuo de las gafas con reflejos,
   37   38   39   40   41   42   43   44   45   46   47