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cera y los guardias de negros uniformes.
—Levántate —dijo O'Brien—. Ven aquí.
Winston se acercó a él. O'Brien lo cogió por los hombros con sus enormes
manazas y lo miró fijamente:
—Has pensado engañarme —le dijo—. Ha sido una tontería por tu parte.
Ponte más derecho y mírame a la cara. Después de unos minutos de silencio,
prosiguió en tono más suave:
—Estás mejorando. Intelectualmente estás ya casi bien del todo. Sólo
fallas en lo emocional. Dime, Winston, y recuerda que no puedes mentirme;
sabes muy bien que descubro todas tus mentiras. Dime: ¿cuáles son los
verdaderos sentimientos que te inspira el Gran Hermano?
—Lo odio.
—¿Lo odias? Bien. Entonces ha llegado el momento de aplicarte el último
medio. Tienes que amar al Gran Hermano. No basta que le obedezcas; tienes
que amarlo.
Empujó delicadamente a Winston hacia los guardias.
—Habitación 101 —dijo.
CAPÍTULO V
En cada etapa de su encarcelamiento había sabido Winston —o creyó saber
— hacia dónde se hallaba, aproximadamente, en el enorme edificio sin
ventanas. Probablemente, había pequeñas diferencias en la presión del aire.
Las celdas donde los guardias lo habían golpeado estaban bajo el nivel del
suelo. La habitación donde O'Brien lo había interrogado estaba cerca del
techo. Este lugar de ahora estaba a muchos metros bajo tierra. Lo más
profundo a que se podía llegar.
Era mayor que casi todas las celdas donde había estado. Pero Winston no
se fijó más que en dos mesitas ante él, cada una de ellas cubierta con gamuza
verde. Una de ellas estaba sólo a un metro o dos de él y la otra más lejos, cerca
de la puerta. Winston había sido atado a una silla tan fuerte que no se podía
mover en absoluto, ni siquiera podía mover la cabeza que le tenía sujeta por
detrás una especie de almohadilla obligándole a mirar de frente.
Se quedó sólo un momento. Luego se abrió la puerta y entró O'Brien.
—Me preguntaste una vez qué había en la habitación 101. Te dije que ya lo