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conformista. Ahora había retrocedido otro paso: en su espíritu se había
rendido, pero con la esperanza de mantener inviolable lo esencial de su
corazón, Winston sabía que estaba equivocado, pero prefería que su error
hubiera salido a la superficie de un modo tan evidente. O'Brien lo
comprendería. Aquellas estúpidas exclamaciones habían sido una excelente
confesión.
Tendría que empezar de nuevo. Aquello iba a durar años y años. Se pasó
una mano por la cara procurando familiarizarse con su nueva forma. Tenía
profundas arrugas en las mejillas, los pómulos angulosos y la nariz aplastada.
Además, desde la última vez en que se vio en el espejo tenía una dentadura
postiza completa. No era fácil conservar la inescrutabilidad cuando no se sabía
la cara que tenía uno. En todo caso no bastaba el control de las facciones. Por
primera vez se dio cuenta de que la mejor manera de ocultar un secreto es ante
todo ocultárselo a uno mismo. De entonces en adelante no sólo debía pensar
rectamente, sino sentir y hasta soñar con rectitud, y todo el tiempo debería
encerrar su odio en su interior como una especie de pelota que formaba parte
de sí mismo y que sin embargo estuviera desconectada del resto de su persona;
algo así como un quiste.
Algún día decidirían matarlo. Era imposible saber cuándo ocurriría, pero
unos segundos antes podría adivinarse. Siempre lo mataban a uno por la
espalda mientras andaba por un pasillo. Pero le bastarían diez segundos. Y
entonces, de repente, sin decir una palabra, sin que se notara en los pasos que
aún diera, sin alterar el gesto... podría tirar el camuflaje, y ¡bang!, soltar las
baterías de su odio. Sí, en esos segundos anteriores a su muerte, todo su ser se
convertiría en una enorme llamarada de odio. Y casi en el mismo instante
¡bang!, llegaría la bala, demasiado tarde, o quizá demasiado pronto. Le
habrían destrozado el cerebro antes de que pudieran considerarlo de ellos. El
pensamiento herético quedaría impune. No se habría arrepentido, quedaría
para siempre fuera del alcance de esa gente. Con el tiro habrían abierto un
agujero en esa perfección de que se vanagloriaban. Morir odiándolos, ésa era
la libertad.
Cerró los ojos. Su nueva tarea era más difícil que cualquier disciplina
intelectual. Tenía primero que degradarse, que mutilarse. Tenía que hundirse
en lo más sucio. ¿Qué era lo más horrible, lo que a él le causaba más
repugnancia del Partido? Pensó en el Gran Hermano. Su enorme rostro (por
verlo constantemente en los carteles de propaganda se lo imaginaba siempre
de un metro de anchura), con sus enormes bigotes negros y los ojos que le
seguían a uno a todas partes, era la imagen que primero se presentaba a su
mente. ¿Cuáles eran sus verdaderos sentimientos hacia el Gran Hermano?
En el pasillo sonaron las pesadas botas. La puerta de acero se abrió con
estrépito. O'Brien entró en la celda. Detrás de él venían el oficial de cara de