Page 199 - 1984
P. 199

conformista.  Ahora  había  retrocedido  otro  paso:  en  su  espíritu  se  había
               rendido,  pero  con  la  esperanza  de  mantener  inviolable  lo  esencial  de  su
               corazón,  Winston  sabía  que  estaba  equivocado,  pero  prefería  que  su  error
               hubiera  salido  a  la  superficie  de  un  modo  tan  evidente.  O'Brien  lo
               comprendería.  Aquellas  estúpidas  exclamaciones  habían  sido  una  excelente
               confesión.

                   Tendría que empezar de nuevo. Aquello iba a durar años y años. Se pasó

               una  mano  por  la  cara  procurando  familiarizarse  con  su  nueva  forma.  Tenía
               profundas arrugas en las mejillas, los pómulos angulosos y la nariz aplastada.
               Además, desde la última vez en que se vio en el espejo tenía una dentadura
               postiza completa. No era fácil conservar la inescrutabilidad cuando no se sabía
               la cara que tenía uno. En todo caso no bastaba el control de las facciones. Por

               primera vez se dio cuenta de que la mejor manera de ocultar un secreto es ante
               todo ocultárselo a uno mismo. De entonces en adelante no sólo debía pensar
               rectamente,  sino  sentir  y  hasta  soñar  con  rectitud,  y  todo  el  tiempo  debería
               encerrar su odio en su interior como una especie de pelota que formaba parte
               de sí mismo y que sin embargo estuviera desconectada del resto de su persona;
               algo así como un quiste.

                   Algún día decidirían matarlo. Era imposible saber cuándo ocurriría, pero

               unos  segundos  antes  podría  adivinarse.  Siempre  lo  mataban  a  uno  por  la
               espalda  mientras  andaba  por  un  pasillo.  Pero  le  bastarían  diez  segundos.  Y
               entonces, de repente, sin decir una palabra, sin que se notara en los pasos que
               aún diera, sin alterar el gesto... podría tirar el camuflaje, y ¡bang!, soltar las
               baterías de su odio. Sí, en esos segundos anteriores a su muerte, todo su ser se
               convertiría  en  una  enorme  llamarada  de  odio.  Y  casi  en  el  mismo  instante
               ¡bang!,  llegaría  la  bala,  demasiado  tarde,  o  quizá  demasiado  pronto.  Le

               habrían destrozado el cerebro antes de que pudieran considerarlo de ellos. El
               pensamiento  herético  quedaría  impune.  No  se  habría  arrepentido,  quedaría
               para  siempre  fuera  del  alcance  de  esa  gente.  Con  el  tiro  habrían  abierto  un
               agujero en esa perfección de que se vanagloriaban. Morir odiándolos, ésa era
               la libertad.

                   Cerró  los  ojos.  Su  nueva  tarea  era  más  difícil  que  cualquier  disciplina

               intelectual. Tenía primero que degradarse, que mutilarse. Tenía que hundirse
               en  lo  más  sucio.  ¿Qué  era  lo  más  horrible,  lo  que  a  él  le  causaba  más
               repugnancia del Partido? Pensó en el Gran Hermano. Su enorme rostro (por
               verlo constantemente en los carteles de propaganda se lo imaginaba siempre
               de un metro de anchura), con sus enormes bigotes negros y los ojos que le
               seguían a uno a todas partes, era la imagen que primero se presentaba a su

               mente. ¿Cuáles eran sus verdaderos sentimientos hacia el Gran Hermano?

                   En el pasillo sonaron las pesadas botas. La puerta de acero se abrió con
               estrépito. O'Brien entró en la celda. Detrás de él venían el oficial de cara de
   194   195   196   197   198   199   200   201   202   203   204