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EL PODER ES DIOS

                   Lo aceptaba todo. El pasado podía ser alterado. El pasado nunca había sido
               alterado.  Oceanía  estaba  en  guerra  con  Asia  Oriental.  Oceanía  había  estado
               siempre  en  guerra  con  Asia  Oriental.  Jones,  Aaronson  y  Rutherford  eran
               culpables de los crímenes de que se les acusó. Nunca había visto la fotografía
               que  probaba  su  inocencia.  Esta  foto  no  había  existido  nunca,  la  había
               inventado  él.  Recordó  haber  pensado  lo  contrario,  pero  estos  eran  falsos

               recuerdos,  productos  de  un  autoengaño.  ¡Qué  fácil  era  todo!  Rendirse,  y  lo
               demás venía por sí solo. Era como andar contra una corriente que le echaba a
               uno  hacia  atrás  por  mucho  que  luchara  contra  ella,  y  luego,  de  pronto,  se
               decidiera uno a volverse y nadar a favor de la corriente. Nada habría cambiado
               sino la propia actitud. Apenas sabía Winston por qué se había revelado. ¡Todo

               era tan fácil, excepto...!
                   Todo podía ser verdad. Las llamadas leyes de la Naturaleza eran tonterías.

               La  ley  de  la  gravedad  era  una  imbecilidad.  «Si  yo  quisiera  —había  dicho
               O'Brien—, podría flotar sobre este suelo como una pompa de jabón.» Winston
               desarrolló  esta  idea:  «Si  él  cree  que  está  flotando  sobre  el  suelo  y  yo
               simultáneamente  creo  que  estoy  viéndolo  flotar,  ocurre  efectivamente».  De
               repente,  como  un  madero  de  un  naufragio  que  se  suelta  y  emerge  en  la

               superficie,  le  acudió  este  pensamiento:  «No  ocurre  en  realidad.  Lo
               imaginamos.  Es  una  alucinación».  Aplastó  en  el  acto  este  pensamiento
               levantisco. Su error era evidente porque presuponía que en algún sitio existía
               un  mundo  real  donde  ocurrían  cosas  reales.  ¿Cómo  podía  existir  un  mundo
               semejante? ¿Qué conocimiento tenemos de nada si no es a través de nuestro
               propio espíritu? Todo ocurre en la mente y sólo lo que allí sucede tiene una
               realidad.


                   No tuvo dificultad para eliminar estos engañosos pensamientos; no se vio
               en  verdadero  peligro  de  sucumbir  a  ellos.  Sin  embargo,  pensó  que  nunca
               debían  habérsele  ocurrido.  Su  cerebro  debía  lanzar  una  mancha  que  tapara
               cualquier pensamiento peligroso al menor intento de asomarse a la conciencia.
               Este proceso había de ser automático, instintivo. En neolengua se le llamaba
               paracrimen. Era el freno de cualquier acto delictivo.


                   Se entrenó en el paracrimen. Se planteaba proposiciones como éstas: «El
               Partido dice que la tierra no es redonda», y se ejercitaba en no entender los
               argumentos que contradecían a esta proposición. No era fácil. Había que tener
               una  gran  facultad  para  improvisar  y  razonar.  Por  ejemplo,  los  problemas
               aritméticos  derivados  de  la  afirmación  dos  y  dos  son  cinco  requerían  una
               preparación intelectual de la que él carecía. Además para ello se necesitaba
               una mentalidad atlética, por decirlo así. La habilidad de emplear la lógica en

               un determinado momento y en el siguiente desconocer los más burdos errores
               lógicos.  Era  tan  precisa  la  estupidez  como  la  inteligencia  y  tan  difícil  de
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