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que preferimos gastarnos más pronto. Supón que aceleramos el tempo de la
               vida humana de modo que los hombres sean seniles a los treinta años. ¿Qué
               importaría? ¿No comprendes que la muerte del individuo no es la muerte? El
               Partido es inmortal.

                   Como de costumbre, la voz había vencido a Winston. Además, temía éste
               que si persistía su desacuerdo con O'Brien, se moviera de nuevo la aguja. Sin
               embargo, no podía estarse callado. Apagadamente, sin argumentos, sin nada

               en que apoyarse excepto el inarticulado horror que le producía lo que había
               dicho O'Brien, volvió al ataque.

                   —No  sé,  no  me  importa.  De  un  modo  o  de  otro,  fracasaréis.  Algo  os
               derrotará. La vida os derrotará.

                   —Nosotros, Winston, controlamos la vida en todos sus niveles. Te figuras
               que  existe  algo  llamado  la  naturaleza  humana,  que  se  irritará  por  lo  que

               hacemos y se volverá contra nosotros. Pero no olvides que nosotros creamos la
               naturaleza humana. Los hombres son infinitamente maleables. O quizás hayas
               vuelto  a  tu  antigua  idea  de  que  los  proletarios  o  los  esclavos  se  levantarán
               contra nosotros y nos derribarán. Desecha esa idea. Están indefensos, como
               animales.  La  Humanidad  es  el  Partido.  Los  otros  están  fuera,  son
               insignificantes.


                   —No me importa. Al final, os vencerán. Antes o después os verán como
               sois, y entonces os despedazarán.

                   —¿Tienes  alguna  prueba  de  que  eso  esté  ocurriendo?  ¿O  quizás  alguna
               razón de que pudiera ocurrir?

                   —No. Es lo que creo. Sé que fracasaréis. Hay algo en el universo —no sé
               lo que es: algún espíritu, algún principio contra lo que no podréis.

                   —¿Acaso crees en Dios, Winston?

                   —No.


                   —Entonces, ¿qué principio es ese que ha de vencernos?

                   —No sé. El espíritu del Hombre.

                   —¿Y te consideras tú un hombre?

                   —Sí.

                   —Si tú eres un hombre, Winston, es que eres el último. Tu especie se ha
               extinguido; nosotros somos los herederos. ¿Te das cuenta de que estás solo,
               absolutamente solo? Te encuentras fuera de la historia, no existes. —Cambió
               de tono y de actitud y dijo con dureza—: ¿Te consideras moralmente superior

               a nosotros por nuestras mentiras y nuestra crueldad?
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