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demostrado hace ya mucho tiempo que era una teoría indefendible? Incluso
               había  un  nombre  para  eso,  aunque  él  lo  había  olvidado.  Una  fina  sonrisa
               recorrió los labios de O'Brien, que lo estaba mirando.

                   —Te digo, Winston, que la metafísica no es tu fuerte. La palabra que tratas
               de  encontrar  es  solipsismo.  Pero  estás  equivocado.  En  este  caso  no  hay
               solipsismo.  En  todo  caso,  habrá  solipsismo  colectivo,  pero  eso  es  muy
               diferente; es precisamente lo contrario. En fin, todo esto es una digresión —

               añadió con tono distinto—. El verdadero poder, el poder por el que tenemos
               que luchar día y noche, no es poder sobre las cosas, sino sobre los hombres. —
               Después  de  una  pausa,  asumió  de  nuevo  su  aire  de  maestro  de  escuela
               examinando  a  un  discípulo  prometedor—:  Vamos  a  ver,  Winston,  ¿cómo
               afirma un hombre su poder sobre otro?

                   Winston pensó un poco y respondió:


                   —Haciéndole sufrir.

                   —Exactamente. Haciéndole sufrir. No basta con la obediencia. Si no sufre,
               ¿cómo vas a estar seguro de que obedece tu voluntad y no la suya propia? El
               poder radica en infligir dolor y humillación. El poder está en la facultad de
               hacer  pedazos  los  espíritus  y  volverlos  a  construir  dándoles  nuevas  formas
               elegidas por ti. ¿Empiezas a ver qué clase de mundo estamos creando? Es lo

               contrario, exactamente lo contrario de esas estúpidas utopías hedonistas que
               imaginaron los antiguos reformadores. Un mundo de miedo, de ración y de
               tormento, un mundo de pisotear y ser pisoteado, un mundo que se hará cada
               día más despiadado. El progreso de nuestro mundo será la consecución de más
               dolor. Las antiguas civilizaciones sostenían basarse en el amor o en la justicia.
               La nuestra se funda en el odio. En nuestro mundo no habrá más emociones
               que  el  miedo,  la  rabia,  el  triunfo  y  el  autorebajamiento.  Todo  lo  demás  lo

               destruiremos,  todo.  Ya  estamos  suprimiendo  los  hábitos  mentales  que  han
               sobrevivido de antes de la Revolución. Hemos cortado los vínculos que unían
               al hijo con el padre, un hombre con otro y al hombre con la mujer. Nadie se fía
               ya  de  su  esposa,  de  su  hijo  ni  de  un  amigo.  Pero  en  el  futuro  no  habrá  ya
               esposas ni amigos. Los niños se les quitarán a las madres al nacer, como se les
               quitan  los  huevos  a  la  gallina  cuando  los  pone.  El  instinto  sexual  será

               arrancado donde persista. La procreación consistirá en una formalidad anual
               como la renovación de la cartilla de racionamiento. Suprimiremos el orgasmo.
               Nuestros  neurólogos  trabajan  en  ello.  No  habrá  lealtad;  no  existirá  más
               fidelidad  que  la  que  se  debe  al  Partido,  ni  más  amor  que  el  amor  al  Gran
               Hermano.  No  habrá  risa,  excepto  la  risa  triunfal  cuando  se  derrota  a  un
               enemigo. No habrá arte, ni literatura, ni ciencia. No habrá ya distinción entre
               la belleza y la fealdad. Todos los placeres serán destruidos. Pero siempre, no lo

               olvides,  Winston,  siempre  habrá  el  afán  de  poder,  la  sed  de  dominio,  que
               aumentará constantemente y se hará cada vez más sutil. Siempre existirá la
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