Page 188 - 1984
P. 188

dictamos las leyes de la Naturaleza.


                   —¡No  las  dictáis!  Ni  siquiera  sois  los  dueños  de  este  planeta.  ¿Qué  me
               dices de Eurasia y Asia Oriental? Todavía no las habéis conquistado.

                   —Eso no tiene importancia. Las conquistaremos cuando nos convenga. Y
               si no las conquistásemos nunca, ¿en qué puede influir eso? Podemos borrarlas
               de la existencia. Oceanía es el mundo entero.

                   —Es que el mismo mundo no es más que una pizca de polvo. Y el hombre

               es sólo una insignificancia. ¿Cuánto tiempo lleva existiendo? La Tierra estuvo
               deshabitada durante millones de años.

                   —¡Qué tontería! La Tierra tiene sólo nuestra edad. ¿Cómo va a ser más
               vieja? No existe sino lo que admite la conciencia humana.

                   —Pero  las  rocas  están  llenas  de  huesos  de  animales  desaparecidos,
               mastodontes y enormes reptiles que vivieron en la Tierra muchísimo antes de

               que apareciera el primer hombre.

                   —¿Has  visto  alguna  vez  esos  huesos,  Winston?  Claro  que  no.  Los
               inventaron  los  biólogos  del  siglo  XIX.  Nada  hubo  antes  del  hombre.  Y
               después del hombre, si éste desapareciera definitivamente de la Tierra, nada
               habría tampoco. Fuera del hombre no hay nada.

                   —Es que el universo entero está fuera de nosotros. ¡Piensa en las estrellas!
               Puedes verlas cuando quieras. Algunas de ellas están a un millón de años —
               luz de distancia. Jamás podremos alcanzarlas.


                   —¿Qué  son  las  estrellas?  —dijo  O'Brien  con  indiferencia—.  Solamente
               unas bolas de fuego a unos kilómetros de distancia. Podríamos llegar a ellas si
               quisiéramos o hacerlas desaparecer, borrarlas de nuestra conciencia. La Tierra
               es el centro del universo. El sol y las estrellas giran en torno a ella.

                   Winston hizo otro movimiento convulsivo. Esta vez no dijo nada. O'Brien
               prosiguió, como si contestara a una objeción que le hubiera hecho Winston:

                   —Desde luego, para ciertos fines es eso verdad. Cuando navegamos por el

               océano o cuando predecimos un eclipse, nos puede resultar conveniente dar
               por cierto que la Tierra gira alrededor del sol y que las estrellas se encuentran
               a  millones  y  millones  de  kilómetros  de  nosotros.  Pero,  ¿qué  importa  eso?
               ¿Crees que está fuera de nuestros medios un sistema dual de astronomía? Las
               estrellas pueden estar cerca o lejos según las necesitemos. ¿Crees que ésa es

               tarea difícil para nuestros matemáticos? ¿Has olvidado el doblepensar?

                   Winston se encogió en el lecho. Dijera lo que dijese, le venía encima la
               veloz respuesta como un porrazo, y, sin embargo, sabía —sabía— que llevaba
               razón. Seguramente había alguna manera de demostrar que la creencia de que
               nada  existe  fuera  de  nuestra  mente  es  una  absoluta  falsedad.  ¿No  se  había
   183   184   185   186   187   188   189   190   191   192   193