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recordaba cuántas sesiones habían sido. Todo el proceso se extendía por un
tiempo largo, indefinido —quizá varias semanas—, y los intervalos entre las
sesiones quizá fueran de varios días y otras veces sólo de una o dos horas.
—Mientras te hallas ahí tumbado —le dijo O'Brien—, te has preguntado
con frecuencia, e incluso me lo has preguntado a mí, por qué el Ministerio del
Amor emplea tanto tiempo y trabajo en tu persona. Y cuando estabas en
libertad te preocupabas por lo mismo. Podías comprender el mecanismo de la
sociedad en que vivías, pero no los motivos subterráneos. ¿Recuerdas haber
escrito en tu Diario: «Comprendo el cómo; no comprendo el porqué»? Cuando
pensabas en el porqué es cuando dudabas de tu propia cordura. Has leído el
libro de Goldstein, o partes de él por lo menos. ¿Te enseñó algo que ya no
supieras?
—¿Lo has leído tú? —dijo Winston.
—Lo escribí. Es decir, colaboré en su redacción. Ya sabes que ningún libro
se escribe individualmente.
—¿Es cierto lo que dice?
—Como descripción, sí. Pero el programa que presenta es una tontería. La
acumulación secreta de conocimientos, la extensión paulatina de ilustración y,
por último, la rebelión proletaria y el aniquilamiento del Partido. Ya te
figurabas que esto es lo que encontrarías en el libro. Pura tontería. Los
proletarios no se sublevarán ni dentro de mil años ni de mil millones de años.
No pueden. Es inútil que te explique la razón por la que no pueden rebelarse;
ya la conoces. Si alguna vez te has permitido soñar en violentas sublevaciones,
debes renunciar a ello. El Partido no puede ser derribado por ningún
procedimiento. Las normas del Partido, su dominio es para siempre. Debes
partir de ese punto en todos tus pensamientos.
O'Brien se acercó más al lecho.
—¡Para siempre! —repitió—. Y ahora volvamos a la cuestión del cómo y
el porqué. Entiendes perfectamente cómo se mantiene en el poder el Partido.
Ahora dime, ¿por qué nos aferramos al poder? ¿Cuál es nuestro motivo? ¿Por
qué deseamos el poder? Habla —añadió al ver que Winston no le respondía.
Sin embargo, Winston siguió callado unos instantes. Sentíase aplanado por
una enorme sensación de cansancio. El rostro de O'Brien había vuelto a
animarse con su fanático entusiasmo. Sabía Winston de antemano lo que iba a
decirle O'Brien: que el Partido no buscaba el poder por el poder mismo, sino
sólo para el bienestar de la mayoría. Que le interesaba tener en las manos las
riendas porque los hombres de la masa eran criaturas débiles y cobardes que
no podían soportar la libertad ni encararse con la verdad y debían ser
dominados y engañados sistemáticamente por otros hombres más fuertes que