Page 181 - 1984
P. 181
figura pesada y de movimientos sin embargo agradables que paseaba de un
lado a otro entrando y saliendo en su radio de visión. O'Brien era, en todos
sentidos, un ser de mayores proporciones que él. Cualquier idea que Winston
pudiera haber tenido o pudiese tener en lo sucesivo, ya se le había ocurrido a
O’Brien, examinándola y rechazándola. La mente de aquel hombre contenía a
la de Winston. Pero, en ese caso, ¿cómo iba a estar loco O'Brien? El loco tenía
que ser él, Winston. O'Brien se detuvo y lo miró fijamente. Su voz había
vuelto a ser dura:
—No te figures que vas a salvarte, Winston, aunque te rindas a nosotros
por completo. Jamás se salva nadie que se haya desviado alguna vez. Y
aunque decidiéramos dejarte vivir el resto de tu vida natural, nunca te
escaparás de nosotros. Lo que está ocurriendo aquí es para siempre. Es preciso
que se te grabe de una vez para siempre. Te aplastaremos hasta tal punto que
no podrás recobrar tu antigua forma. Te sucederán cosas de las que no te
recobrarás aunque vivas mil años. Nunca podrás experimentar de nuevo un
sentimiento humano. Todo habrá muerto en tu interior. Nunca más serás capaz
de amar, de amistad, de disfrutar de la vida, de reírte, de sentir curiosidad por
algo, de tener valor, de ser un hombre íntegro... Estarás hueco. Te vaciaremos
y te rellenaremos de... nosotros.
Se detuvo y le hizo una señal al hombre de la bata blanca. Winston tuvo la
vaga sensación de que por detrás de él le acercaban un aparato grande. O'Brien
se había sentado junto a la cama de modo que su rostro quedaba casi al mismo
nivel del de Winston.
—Tres mil —le dijo, por encima de la cabeza de Winston, al hombre de la
bata blanca.
Dos compresas algo húmedas fueron aplicadas a las sienes de Winston.
Éste sintió una nueva clase de dolor. Era algo distinto. Quizá no fuese dolor.
O'Brien le puso una mano sobre la suya para tranquilizarlo, casi con
amabilidad.
—Esta vez no te dolerá —le dijo—. No apartes tus ojos de los míos.
En aquel momento sintió Winston una explosión devastadora o lo que
parecía una explosión, aunque no era seguro que hubiese habido ningún ruido.
Lo que si se produjo fue un cegador fogonazo. Winston no estaba herido; sólo
postrado. Aunque estaba tendido de espaldas cuando aquello ocurrió, tuvo la
curiosa sensación de que le habían empujado hasta quedar en aquella posición.
El terrible e indoloro golpe le había dejado aplastado. Y en el interior de su
cabeza también había ocurrido algo. Al recobrar la visión, recordó quién era y
dónde estaba y reconoció el rostro que lo contemplaba; pero tenía la sensación
de un gran vacío interior. Era como si le faltase un pedazo del cerebro.