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haberse curado. No nos interesan esos estúpidos delitos que has cometido. Al
Partido no le interesan los actos realizados; nos importa sólo el pensamiento.
No sólo destruimos a nuestros enemigos, sino que los cambiamos.
¿Comprendes lo que quiero decir?
Estaba inclinado sobre Winston. Su cara parecía enorme por su proximidad
y horriblemente fea vista desde abajo. Además, sus facciones se alteraban por
aquella exaltación, aquella intensidad de loco. Otra vez se le encogió el
corazón a Winston. Si le hubiera sido posible, habría retrocedido. Estaba
seguro de que O'Brien iba a mover la palanca por puro capricho. Sin embargo,
en ese momento se apartó de él y paseó un poco por la habitación. Luego
prosiguió con menos vehemencia:
—Lo primero que debes comprender es que éste no es un lugar de martirio.
Has leído cosas sobre las persecuciones religiosas en el pasado. En la Edad
Media había la Inquisición. No funcionó. Pretendían erradicar la herejía y
terminaron por perpetuarla. En las persecuciones antiguas por cada hereje
quemado han surgido otros miles de ellos. ¿Por qué? Porque se mataba a los
enemigos abiertamente y mientras aún no se habían arrepentido. Se moría por
no abandonar las creencias heréticas. Naturalmente, así toda la gloria
pertenecía a la víctima y la vergüenza al inquisidor que la quemaba. Más tarde,
en el siglo XX, han existido los totalitarios, como los llamaban: los nazis
alemanes y los comunistas rusos. Los rusos persiguieron a los herejes con
mucha más crueldad que ninguna otra inquisición. Y se imaginaron que habían
aprendido de los errores del pasado. Por lo menos sabían que no se deben
hacer mártires. Antes de llevar a sus víctimas a un juicio público, se dedicaban
a destruirles la dignidad. Los deshacían moralmente y físicamente por medio
de la tortura y el aislamiento hasta convertirlos en seres despreciables,
verdaderos peleles capaces de confesarlo todo, que se insultaban a sí mismos
acusándose unos a otros y pedían sollozando un poco de misericordia. Sin
embargo, después de unos cuantos años, ha vuelto a ocurrir lo mismo. Los
muertos se han convertido en mártires y se ha olvidado su degradación. ¿Por
qué había vuelto a suceder esto? En primer lugar, porque las confesiones que
habían hecho eran forzadas y falsas. Nosotros no cometemos esta clase de
errores. Todas las confesiones que salen de aquí son verdaderas. Nosotros
hacemos que sean verdaderas. Y, sobre todo, no permitimos que los muertos se
levanten contra nosotros. Por tanto, debes perder toda esperanza de que la
posteridad te reivindique, Winston. La posteridad no sabrá nada de ti.
Desaparecerás por completo de la corriente histórica. Te disolveremos en la
estratosfera, por decirlo así. De ti no quedará nada: ni un nombre en un papel,
ni tu recuerdo en un ser vivo. Quedarás aniquilado tanto en el pretérito como
en el futuro. No habrás existido.
«Entonces, ¿para qué me torturan?», pensó Winston con una amargura