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será lo que el Partido quiera que sea. También resulta que aunque el pasado
puede ser cambiado, nunca lo ha sido en ningún caso concreto. En efecto,
cada vez que ha habido que darle nueva forma por las exigencias del
momento, esta nueva versión es ya el pasado y no ha existido ningún pasado
diferente. Esto sigue siendo así incluso cuando —como ocurre a menudo— el
mismo acontecimiento tenga que ser alterado, hasta hacerse irreconocible,
varias veces en el transcurso de un año. En cualquier momento se halla el
Partido en posesión de la verdad absoluta y, naturalmente, lo absoluto no
puede haber sido diferente de lo que es ahora. Se verá, pues, que el control del
pasado depende por completo del entrenamiento de la memoria. La seguridad
de que todos los escritos están de acuerdo con el punto de vista ortodoxo que
exigen las circunstancias, no es más que una labor mecánica. Pero también es
preciso recordar que los acontecimientos ocurrieron de la manera deseada. Y
si es necesario adaptar de nuevo nuestros recuerdos o falsificar los
documentos, también es necesario olvidar que se ha hecho esto. Este truco
puede aprenderse como cualquier otra técnica mental. La mayoría de los
miembros del Partido lo aprenden y desde luego lo consiguen muy bien todos
aquellos que son inteligentes además de ortodoxos. En el antiguo idioma se
conoce esta operación con toda franqueza como «control de la realidad». En
neolengua se le llama doblepensar, aunque también es verdad que
doblepensar comprende muchas cosas.
Doblepensar significa el poder, la facultad de sostener dos opiniones
contradictorias simultáneamente, dos creencias contrarias albergadas a la vez
en la mente. El intelectual del Partido sabe en qué dirección han de ser
alterados sus recuerdos; por tanto, sabe que está trucando la realidad; pero al
mismo tiempo se satisface a sí mismo por medio del ejercicio del doblepensar
en el sentido de que la realidad no queda violada. Este proceso ha de ser
consciente, pues, si no, no se verificaría con la suficiente precisión, pero
también tiene que ser inconsciente para que no deje un sentimiento de
falsedad y, por tanto, de culpabilidad. El doblepensar está arraigando en el
corazón mismo del Ingsoc, ya que el acto esencial del Partido es el empleo del
engaño consciente, conservando a la vez la firmeza de propósito que
caracteriza a la auténtica honradez. Decir mentiras a la vez que se cree
sinceramente en ellas, olvidar todo hecho que no convenga recordar, y luego,
cuando vuelva a ser necesario, sacarlo del olvido sólo por el tiempo que
convenga, negar la existencia de la realidad objetiva sin dejar ni por un
momento de saber que existe esa realidad que se niega... todo esto es
indispensable. Incluso para usar la palabra doblepensar es preciso emplear el
doblepensar. Porque para usar la palabra se admite que se están haciendo
trampas con la realidad. Mediante un nuevo acto de doblepensar se borra este
conocimiento; y así indefinidamente, manteniéndose la mentira siempre unos
pasos delante de la verdad. En definitiva, gracias al doblepensar ha sido