Page 148 - 1984
P. 148
sino cualquier pequeña excentricidad, cualquier cambio de costumbres,
cualquier gesto nervioso que pueda ser el síntoma de una lucha interna, será
estudiado con todo interés. El miembro del Partido carece de toda libertad
para decidirse por una dirección determinada; no puede elegir en modo
alguno. Por otra parte, sus actos no están regulados por ninguna ley ni por un
código de conducta claramente formulado. En Oceanía no existen leyes. Los
pensamientos y actos que, una vez descubiertos, acarrean la muerte segura,
no están prohibidos expresamente y las interminables purgas, torturas,
detenciones y vaporizaciones no se le aplican al individuo como castigo por
crímenes que haya cometido, sino que son sencillamente el barrido de
personas que quizás algún día pudieran cometer un crimen político. No sólo
se le exige al miembro del Partido que tenga las opiniones que se consideran
buenas, sino también los instintos ortodoxos. Muchas de las creencias y
actitudes que se le piden no llegan a fijarse nunca en normas estrictas y no
podrían ser proclamadas sin incurrir en flagrantes contradicciones con los
principios mismos del Ingsoc. Si una persona es ortodoxa por naturaleza (en
neolengua se le llama piensabien) sabrá en cualquier circunstancia, sin
detenerse a pensarlo, cuál es la creencia acertada o la emoción deseable.
Pero en todo caso, un enfrentamiento mental complicado, que comienza en la
infancia y se concentra en torno a las palabras neolingüísticas paracrimen,
negroblanco y doblepensar, le convierte en un ser incapaz de pensar
demasiado sobre cualquier tema.
Se espera que todo miembro del Partido carezca de emociones privadas y
que su entusiasmo no se enfríe en ningún momento. Se supone que vive en un
continuo frenesí de odio contra los enemigos extranjeros y los traidores de su
propio país, en una exaltación triunfal de las victorias y en absoluta humildad
y entrega ante el poder y la sabiduría del Partido. Los descontentos
producidos por esta vida tan seca y poco satisfactoria son suprimidos de raíz
mediante la vibración emocional de los Dos Minutos de Odio, y las
especulaciones que podrían quizá llevar a una actitud escéptica o rebelde son
aplastadas en sus comienzos o, mejor dicho, antes de asomar a la consciencia,
mediante la disciplina interna adquirida desde la niñez. La primera etapa de
esta disciplina, que puede ser enseñada incluso a los niños, se llama en
neolengua paracrimen. Paracrimen significa la facultad de parar, de cortar en
seco, de un modo casi instintivo, todo pensamiento peligroso que pretenda
salir a la superficie. Incluye esta facultad la de no percibir las analogías, de
no darse cuenta de los errores de lógica, de no comprender los razonamientos
más sencillos si son contrarios a los principios del Ingsoc y de sentirse
fastidiado e incluso asqueado por todo pensamiento orientado en una
dirección herética. Paracrimen equivale, pues, a estupidez protectora. Pero no
basta con la estupidez. Por el contrario, la ortodoxia en su más completo
sentido exige un control sobre nuestros procesos mentales, un autodominio tan