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nunca morirá y no hay manera de saber cuándo nació. El Gran Hermano es
               la concreción con que el Partido se presenta al mundo. Su función es actuar
               como  punto  de  mira  para  todo  amor,  miedo  o  respeto,  emociones  que  se
               sienten  con  mucha  mayor  facilidad  hacia  un  individuo  que  hacia  una
               organización. Detrás del Gran Hermano se halla el Partido Interior, del cual
               sólo forman parte seis millones de personas, o sea, menos del seis por ciento

               de la población de Oceanía. Después del Partido Interior, tenemos el Partido
               Exterior; y si el primero puede ser descrito como «el cerebro del Estado», el
               segundo pudiera ser comparado a las manos. Más abajo se encuentra la masa
               amorfa de los proles, que constituyen quizá el 85 por ciento de la población.
               En los términos de nuestra anterior clasificación, los proles son los Bajos. Y
               las  masas  de  esclavos  procedentes  de  las  tierras  ecuatoriales,  que  pasan
               constantemente de vencedor a vencedor (no olvidemos que «vencedor» sólo

               debe  ser  tomado  de  un  modo  relativo)  y  no  forman  parte  de  la  población
               propiamente dicha.

                   En principio, la pertenencia a estos tres grupos no es hereditaria. No se
               considera que un niño nazca dentro del Partido Interior porque sus padres
               pertenezcan a él. La entrada en cada una de las ramas del Partido se realiza
               mediante examen a la edad de dieciséis años. Tampoco hay prejuicios raciales

               ni  dominio  de  una  provincia  sobre  otra.  En  los  más  elevados  puestos  del
               Partido encontramos judíos, negros, sudamericanos de pura sangre india, y
               los  dirigentes  de  cualquier  zona  proceden  siempre  de  los  habitantes  de  esa
               área. En ninguna parte de Oceanía tienen sus habitantes la sensación de ser
               una  población  colonial  regida  desde  una  capital  remota.  Oceanía  no  tiene
               capital y su jefe titular es una persona cuya residencia nadie conoce. No está

               centralizada en modo alguno, aparte de que el inglés es su principal lingua
               franca y que la neolengua es su idioma oficial. Sus gobernantes no se hallan
               ligados por lazos de sangre, sino por la adherencia a una doctrina común. Es
               verdad  que  nuestra  sociedad  se  compone  de  estratos  —una  división  muy
               rígida  en  estratos—  ateniéndose  a  lo  que  a  primera  vista  parecen  normas
               hereditarias. Hay mucho menos intercambio entre los diferentes grupos de lo
               que había en la época capitalista o en las épocas preindustriales. Entre las

               dos  ramas  del  Partido  se  verifica  algún  intercambio,  pero  solamente  lo
               necesario para que los débiles sean excluidos del Partido Interior y qué los
               miembros ambiciosos del Partido Exterior pasen a ser inofensivos al subir de
               categoría. En la práctica, los proletarios no pueden entrar en el Partido. Los
               más dotados de ellos, que podían quizá constituir un núcleo de descontentos,

               son  fichados  por  la  Policía  del  Pensamiento  y  eliminados.  Pero  semejante
               estado de cosas no es permanente ni de ello se hace cuestión de principio. El
               Partido no es una clase en el antiguo sentido de la palabra. No se propone
               transmitir  el  poder  a  sus  hijos  como  tales  descendientes  directos,  y  si  no
               hubiera otra manera de mantener en los puestos de mando a los individuos
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