Page 143 - 1984
P. 143
habían de especializarse de modo que favorecían inevitablemente a unos
individuos sobre otros; pero ya no eran precisas las diferencias de clase ni las
grandes diferencias de riqueza. Antiguamente, las diferencias de clase no sólo
habían sido inevitables, sino deseables. La desigualdad era el precio de la
civilización. Sin embargo, el desarrollo del maquinismo iba a cambiar esto.
Aunque fuera aún necesario que los seres humanos realizaran diferentes
clases de trabajo, ya no era preciso que vivieran en diferentes niveles sociales
o económicos. Por tanto, desde el punto de vista de los nuevos grupos que
estaban a punto de apoderarse del mando, no era ya la igualdad humana un
ideal por el que convenía luchar, sino un peligro que había de ser evitado. En
épocas más antiguas, cuando una sociedad justa y pacífica no era posible,
resultaba muy fácil creer en ella. La idea de un paraíso terrenal en el que los
hombres vivirían como hermanos, sin leyes y sin trabajo agotador, estuvo
obsesionando a muchas imaginaciones durante miles de años. Y esta visión
tuvo una cierta importancia incluso entre los grupos que de hecho se
aprovecharon de cada cambio histórico. Los herederos de la Revolución
francesa, inglesa y americana habían creído parcialmente en sus frases sobre
los derechos humanos, libertad de expresión, igualdad ante la ley y demás, e
incluso se dejaron influir en su conducta por algunas de ellas hasta cierto
punto. Pero hacia la década cuarta del siglo XX todas las corrientes de
pensamiento político eran autoritarias. Pero ese paraíso terrenal quedó
desacreditado precisamente cuando podía haber sido realizado, y en el
segundo cuarto del siglo XX volvieron a ponerse en práctica procedimientos
que ya no se usaban desde hacía siglos: encarcelamiento sin proceso, empleo
de los prisioneros de guerra como esclavos, ejecuciones públicas, tortura
para extraer confesiones, uso de rehenes y deportación de poblaciones en
masa. Todo esto se hizo habitual y fue defendido por individuos considerados
como inteligentes y avanzados. Los nuevos sistemas políticos se basaban en la
jerarquía y la regimentación.
Después de una década de guerras nacionales, guerras civiles,
revoluciones y contrarrevoluciones en todas partes del mundo, surgieron el
Ingsoc y sus rivales cómo teorías políticas inconmovibles. Pero ya las habían
anunciado los varios sistemas, generalmente llamados totalitarios, que
aparecieron durante el segundo cuarto de siglo y se veía claramente el perfil
que había de tener el mundo futuro. La nueva aristocracia estaba formada en
su mayoría por burócratas, hombres de ciencia, técnicos, organizadores
sindicales, especialistas en propaganda, sociólogos, educadores, periodistas y
políticos profesionales. Esta gente, cuyo origen estaba en la clase media
asalariada y en la capa superior de la clase obrera, había sido formada y
agrupada por el mundo inhóspito de la industria monopolizada y el gobierno
centralizado. Comparados con los miembros de las clases dirigentes en el
pasado, esos hombres eran menos avariciosos, les tentaba menos el lujo y más