Page 140 - 1984
P. 140
otros y el vencedor aplastaba al vencido. En nuestros días no luchan unos
contra otros, sino cada grupo dirigente contra sus propios súbditos, y el
objeto de la guerra no es conquistar territorio ni defenderlo, sino mantener
intacta la estructura de la sociedad. Por lo tanto, la palabra guerra se ha
hecho equívoca. Quizá sería acertado decir que la guerra, al hacerse
continua, ha dejado de existir. La presión que ejercía sobre los seres humanos
entre la Edad neolítica y principios del siglo XX ha desaparecido, siendo
sustituida por algo completamente distinto. El efecto sería muy parecido si los
tres superestados, en vez de pelear cada uno con los otros, llegaran al acuerdo
—respetándolo— de vivir en paz perpetua sin traspasar cada uno las
fronteras del otro. En ese caso, cada uno de ellos seguiría siendo un mundo
cerrado libre de la angustiosa influencia del peligro externo. Una paz que
fuera de verdad permanente sería lo mismo que una guerra permanente. Éste
es el sentido verdadero (aunque la mayoría de los miembros del Partido lo
entienden sólo de un modo superficial) de la consigna del Partido: la guerra
es la paz.
Winston dejó de leer un momento. A una gran distancia había estallado una
bomba. La inefable sensación de estar leyendo el libro prohibido, en una
habitación sin telepantalla, seguía llenándolo de satisfacción. La soledad y la
seguridad eran sensaciones físicas, mezcladas por el cansancio de su cuerpo, la
suavidad de la alfombra, la caricia de la débil brisa que entraba por la
ventana... El libro le fascinaba o, más exactamente, lo tranquilizaba. En cierto
sentido, no le enseñaba nada nuevo, pero esto era una parte de su encanto.
Decía lo que el propio Winston podía haber dicho, si le hubiera sido posible
ordenar sus propios pensamientos y darles una clara expresión. Este libro era
el producto de una mente semejante a la suya, pero mucho más poderosa, más
sistemática y libre de temores. Pensó Winston que los mejores libros son los
que nos dicen lo que ya sabemos. Había vuelto al capítulo 1 cuando oyó los
pasos de Julia en la escalera. Se levantó del sillón para salirle al encuentro.
Julia entró en ese momento, tiró su bolsa al suelo y se lanzó a los brazos de él.
Hacía más de una semana que no se habían visto.
—Tengo el libro —dijo Winston en cuanto se apartaron.
—¿Ah, sí? Muy bien —dijo ella sin gran interés y casi inmediatamente se
arrodilló junto a la estufa para hacer café.
No volvieron a hablar del libro hasta después de media hora de estar en la
cama. La tarde era bastante fresca para que mereciera la pena cerrar la
ventana. De abajo llegaban las habituales canciones y el ruido de botas sobre
el empedrado. La mujer de los brazos rojizos parecía no moverse del patio. A
todas horas del día estaba lavando y tendiendo ropa. Julia tenía sueño,
Winston volvió a coger el libro, que estaba en el suelo, y se sentó apoyando la
espalda en la cabecera de la cama.