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imprescindible que su estructura no entre en contacto con extranjeros, excepto
               en  reducidas  proporciones  con  prisioneros  de  guerra  y  esclavos  de  color.
               Incluso el aliado oficial del momento es considerado con mucha suspicacia.
               El ciudadano medio de Oceanía nunca ve a un ciudadano de Eurasia ni de
               Asia  Oriental  —aparte  de  los  prisioneros—  y  se  le  prohíbe  que  aprenda
               lenguas  extranjeras.  Si  se  le  permitiera  entrar  en  relación  con  extranjeros,

               descubriría que son criaturas iguales a él en lo esencial y que casi todo lo que
               se le ha dicho sobre ellos es una sarta de mentiras. Se rompería así el mundo
               cerrado  en  que  vive  y  quizá  desaparecieran  él  miedo,  el  odio  y  la  rigidez
               fanática en que se basa su moral. Se admite, por tanto, en los tres Estados que
               por mucho que cambien de manos Persia, Egipto, Java o Ceilán, las fronteras
               principales nunca podrán ser cruzadas más que por las bombas.


                   Bajo todo esto hallamos un hecho al que nunca se alude, pero admitido
               tácitamente  y  sobre  el  que  se  basa  toda  conducta  oficial,  a  saber:  que  las
               condiciones de vida de los tres superestados son casi las mismas. En Oceanía
               prevalece  la  ideología  llamada  Ingsoc,  en  Eurasia  el  neobolchevismo  y  en
               Asia Oriental lo que se conoce por un nombre chino que suele traducirse por
               «adoración  de  la  muerte»,  pero  que  quizá  quedaría  mejor  expresado  como
               «desaparición del yo». Al ciudadano de Oceanía no se le permite saber nada

               de las otras dos ideologías, pero se le enseña a condenarlas como bárbaros
               insultos  contra  la  moralidad  y  el  sentido  común.  La  verdad  es  que  apenas
               pueden  distinguirse  las  tres  ideologías,  y  los  sistemas  sociales  que  ellas
               soportan  son  los  mismos.  En  los  tres  existe  la  misma  estructura  piramidal,
               idéntica adoración a un jefe semidivino, la misma economía orientada hacia
               una guerra continua. De ahí que no sólo no puedan conquistarse mutuamente

               los tres superestados, sino que no tendrían ventaja alguna si lo consiguieran.
               Por  el  contrario,  se  ayudan  mutuamente  manteniéndose  en  pugna.  Y  los
               grupos dirigentes de las tres Potencias saben y no saben, a la vez, lo que están
               haciendo.  Dedican  sus  vidas  a  la  conquista  del  mundo,  pero  están
               convencidos  al  mismo  tiempo  de  que  es  absolutamente  necesario  que  la
               guerra continúe eternamente sin ninguna victoria definitiva. Mientras tanto, el
               hecho  de  que  no  hay  peligro  de  conquista  hace  posible  la  denegación

               sistemática de la realidad, que es la característica principal del Ingsoc y de
               sus  sistemas  rivales.  Y  aquí  hemos  de  repetir  que,  al  hacerse  continua,  la
               guerra ha cambiado fundamentalmente de carácter.

                   En  tiempos  pasados,  una  guerra,  casi  por  definición,  era  algo  que  más
               pronto  o  más  tarde  tenía  un  final;  generalmente,  una  clara  victoria  o  una
               derrota  indiscutible.  Además,  en  el  pasado,  la  guerra  era  uno  de  los

               principales  instrumentos  con  que  se  mantenían  las  sociedades  humanas  en
               contacto  con  la  realidad  física.  Todos  los  gobernantes  de  todas  las  épocas
               intentaron  imponer  un  falso  concepto  del  mundo  a  sus  súbditos,  pero  no
               podían fomentar ilusiones que perjudicasen la eficacia militar. Como quiera
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