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gobernantes de todos los países que unas cuantas bombas más terminarían
con la sociedad organizada y por tanto con su poder. A partir de entonces, y
aunque no se llegó a ningún acuerdo formal, no se arrojaron más bombas
atómicas. Las potencias actuales siguen produciendo bombas atómicas y
almacenándolas en espera de la oportunidad decisiva que todos creen llegará
algún día. Mientras tanto, el arte de la guerra ha permanecido estacionado
durante treinta o cuarenta años. Los autogiros se usan más que antes, los
aviones de bombardeo han sido sustituidos en gran parte por los proyectiles
autoimpulsados y el frágil tipo de barco de guerra fue reemplazado por las
fortalezas flotantes, casi imposibles de hundir. Pero, aparte de ello, apenas ha
habido adelantos bélicos. Se siguen usando el tanque, el submarino, el
torpedo, la ametralladora e incluso el rifle y la granada de mano. Y, a pesar
de las interminables matanzas comunicadas por la Prensa y las telepantallas,
las desesperadas batallas de las guerras anteriores —en las cuales morían en
pocas semanas centenares de miles e incluso millones de hombres— no han
vuelto a repetirse.
Ninguno de los tres superestados intenta nunca una maniobra que suponga
el riesgo de una seria derrota. Cuando se lleva a cabo una operación de
grandes proporciones, suele tratarse de un ataque por sorpresa contra un
aliado. La estrategia que siguen los tres superestados —o que pretenden
seguir— es la misma. Su plan es adquirir, mediante una combinación, un
anillo de bases que rodee completamente a uno de los estados rivales para
firmar luego un pacto de amistad con ese rival y seguir en relaciones pacíficas
con él durante el tiempo que sea preciso para que se confíen. En este tiempo,
se almacenan bombas atómicas en los sitios estratégicos. Esas bombas,
cargadas en los cohetes, serán disparadas algún día simultáneamente, con
efectos tan devastadores que no habrá posibilidad de respuesta. Entonces se
firmará un pacto de amistad con la otra potencia, en preparación de un nuevo
ataque. No es preciso advertir que este plan es un ensueño de imposible
realización. Nunca hay verdadera lucha a no ser en las zonas disputadas en el
Ecuador y en los Polos: no hay invasiones del territorio enemigo. Lo cual
explica que en algunos sitios sean arbitrarias las fronteras entre los
superestados. Por ejemplo, Eurasia podría conquistar fácilmente las Islas
Británicas, que forman parte, geográficamente, de Europa, y también sería
posible para Oceanía avanzar sus fronteras hasta el Rin e incluso hasta el
Vístula. Pero esto violaría el principio —seguido por todos los bandos,
aunque nunca formulado— de la integridad cultural. Así, si Oceanía
conquistara las áreas que antes se conocían con los nombres de Francia y
Alemania, sería necesario exterminar a todos sus habitantes —tarea de gran
dificultad física— o asimilarse una población de un centenar de millones de
personas que, en lo técnico, están a la misma altura que los oceánicos. El
problema es el mismo para todos los superestados, siendo absolutamente