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antiguo sentido— ha dejado casi de existir. En neolengua no hay palabra para

               ciencia. El método empírico de pensamiento, en el cual se basaron todos los
               adelantos científicos del pasado, es opuesto a los principios fundamentales de
               Ingsoc. E incluso el progreso técnico sólo existe cuando sus productos pueden
               ser empleados para disminuir la libertad humana.

                   Las  dos  finalidades  del  Partido  son  conquistar  toda  la  superficie  de  la
               Tierra y extinguir de una vez para siempre la posibilidad de toda libertad del

               pensamiento.  Hay,  por  tanto,  dos  grandes  problemas  que  ha  de  resolver  el
               Partido. Uno es el de descubrir, contra la voluntad del interesado, lo que está
               pensando  determinado  ser  humano,  y  el  otro  es  cómo  suprimir,  en  pocos
               segundos y sin previo aviso, a varios centenares de millones de personas. Éste
               es el principal objetivo de las investigaciones científicas. El hombre de ciencia

               actual es una mezcla de psicólogo y policía que estudia con extraordinaria
               minuciosidad el significado de las expresiones faciales, gestos y tonos de voz,
               los  efectos  de  las  drogas  que  obligan  a  decir  la  verdad,  la  terapéutica  del
               shock, del hipnotismo y de la tortura física; y si es un químico, un físico o un
               biólogo, sólo se preocupará por aquellas ramas que dentro de su especialidad
               sirvan para matar. En los grandes laboratorios del Ministerio de la Paz, en
               las estaciones experimentales ocultas en las selvas brasileñas, en el desierto

               australiano o en las islas perdidas del Antártico, trabajan incansablemente los
               equipos técnicos. Unos se dedican sólo a planear la logística de las guerras
               futuras; otros, a idear bombas cohete cada vez mayores, explosivos cada vez
               más poderosos y corazas cada vez más impenetrables; otros buscan gases más
               mortíferos o venenos que puedan ser producidos en cantidades tan inmensas
               que  destruyan  la  vegetación  de  todo  un  continente,  o  cultivan  gérmenes

               inmunizados  contra  todos  los  posibles  antibióticos;  otros  se  esfuerzan  por
               producir un vehículo que se abra paso por la tierra como un submarino bajo
               el agua, o un aeroplano tan independiente de su base como un barco en el
               mar, otros exploran posibilidades aún más remotas, como la de concentrar los
               rayos del sol mediante gigantescas lentes suspendidas en el espacio a miles de
               kilómetros, o producir terremotos artificiales utilizando el calor del centro de
               la Tierra.


                   Pero  ninguno  de  estos  proyectos  se  aproxima  nunca  a  su  realización,  y
               ninguno  de  los  tres  superestados  adelanta  a  los  otros  dos  de  un  modo
               definitivo. Lo más notable es que las tres potencias tienen ya, con la bomba
               atómica,  un  arma  mucho  más  poderosa  que  cualquiera  de  las  que  ahora
               tratan de convertir en realidad. Aunque el Partido, según su costumbre, quiere
               atribuirse  el  invento,  las  bombas  atómicas  aparecieron  por  primera  vez  a

               principios de los años cuarenta y tantos de este siglo y fueron usadas en gran
               escala unos diez años después. En aquella época cayeron unos centenares de
               bombas  en  los  centros  industriales,  principalmente  de  la  Rusia  Europea,
               Europa Occidental y Norteamérica. El objeto perseguido era convencer a los
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