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Winston  se  sacudió  de  encima  estos  pensamientos  y  tomó  una  posición
               más erguida en su silla. Se le escapó un eructo. La ginebra estaba haciendo su
               efecto.

                   Volvieron a fijarse sus ojos en la página. Descubrió entonces que durante
               todo el tiempo en que había estado recordando, no había dejado de escribir
               como por una acción automática. Y ya no era la inhábil escritura retorcida de
               antes.  Su  pluma  se  había  deslizado  voluptuosamente  sobre  el  suave  papel,

               imprimiendo en claras y grandes mayúsculas lo siguiente:

                   ABAJO EL GRAN HERMANO

                   ABAJO EL GRAN HERMANO

                   ABAJO EL GRAN HERMANO

                   ABAJO EL GRAN HERMANO

                   ABAJO EL GRAN HERMANO

                   Una vez y otra, hasta llenar media página.

                   No  pudo  evitar  un  escalofrío  de  pánico.  Era  absurdo,  ya  que  escribir

               aquellas palabras no era más peligroso que el acto inicial de abrir un diario;
               pero,  por  un  instante,  estuvo  tentado  de  romper  las  páginas  ya  escritas  y
               abandonar su propósito.

                   Sin embargo, no lo hizo, porque sabía que era inútil. El hecho de escribir
               ABAJO  EL  GRAN  HERMANO  o  no  escribirlo,  era  completamente  igual.
               Seguir con el diario o renunciar a escribirlo, venía a ser lo mismo. La Policía

               del Pensamiento lo descubriría de todas maneras. Winston había cometido —
               seguiría habiendo cometido aunque no hubiera llegado a posar la pluma sobre
               el papel— el crimen esencial que contenía en sí todos los demás. El crimental
               (crimen mental), como lo llamaban. El crimental no podía ocultarse durante
               mucho  tiempo.  En  ocasiones,  se  podía  llegar  a  tenerlo  oculto  años  enteros,
               pero antes o después lo descubrían a uno.

                   Las detenciones ocurrían invariablemente por la noche. Se despertaba uno

               sobresaltado  porque  una  mano  le  sacudía  a  uno  el  hombro,  una  linterna  le
               enfocaba los ojos y un círculo de sombríos rostros aparecía en torno al lecho.
               En  la  mayoría  de  los  casos  no  había  proceso  alguno  ni  se  daba  cuenta
               oficialmente  de  la  detención.  La  gente  desaparecía  sencillamente  y  siempre
               durante  la  noche.  El  nombre  del  individuo  en  cuestión  desaparecía  de  los

               registros, se borraba de todas partes toda referencia a lo que hubiera hecho y
               su  paso  por  la  vida  quedaba  totalmente  anulado  como  si  jamás  hubiera
               existido. Para esto se empleaba la palabra vaporizado.

                   Winston sintió una especie de histeria al pensar en estas cosas. Empezó a
               escribir rápidamente y con muy mala letra:
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