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basándose en la pobreza y en la ignorancia. Regresar al pasado agrícola —
como querían algunos pensadores de principios de este siglo— no era una
solución práctica, puesto que estaría en contra de la tendencia a la
mecanización, que se había hecho casi instintiva en el mundo entero, y,
además, cualquier país que permaneciera atrasado industrialmente sería
inútil en un sentido militar y caería antes o después bajo el dominio de un
enemigo bien armado.
Tampoco era una buena solución mantener la pobreza de las masas
restringiendo la producción. Esto se practicó en gran medida entre 1920 y
1940. Muchos países dejaron que su economía se anquilosara. No se
renovaba el material indispensable para la buena marcha de las industrias,
quedaban sin cultivar las tierras, y grandes masas de población, sin tener en
qué trabajar, vivían de la caridad del Estado. Pero también esto implicaba
una debilidad militar, y como las privaciones que infligía eran innecesarias,
despertaba inevitablemente una gran oposición. El problema era mantener en
marcha las ruedas de la industria sin aumentar la riqueza real del mundo. Los
bienes habían de ser producidos, pero no distribuidos. Y, en la práctica, la
única manera de lograr esto era la guerra continua.
El acto esencial de la guerra es la destrucción, no forzosamente de vidas
humanas, sino de los productos del trabajo. La guerra es una manera de
pulverizar o de hundir en el fondo del mar los materiales que en la paz
constante podrían emplearse para que las masas gozaran de excesiva
comodidad y, con ello, se hicieran a la larga demasiado inteligentes. Aunque
las armas no se destruyeran, su fabricación no deja de ser un método
conveniente de gastar trabajo sin producir nada que pueda ser consumido. En
una fortaleza flotante, por ejemplo, se emplea el trabajo que hubieran dado
varios centenares de barcos de carga. Cuando se queda anticuada, y sin haber
producido ningún beneficio material para nadie, se construye una nueva
fortaleza flotante mediante un enorme acopio de mano de obra. En principio,
el esfuerzo de guerra se planea para consumir todo lo que sobre después de
haber cubierto unas mínimas necesidades de la población. Este mínimo se
calcula siempre en mucho menos de lo necesario, de manera que hay una
escasez crónica de casi todos los artículos necesarios para la vida, lo cual se
considera como una ventaja. Constituye una táctica deliberada mantener
incluso a los grupos favorecidos al borde de la escasez, porque un estado
general de escasez aumenta la importancia de los pequeños privilegios y hace
que la distinción entre un grupo y otro resulte más evidente. En comparación
con el nivel de vida de principios del siglo XX, incluso los miembros del
Partido Interior llevan una vida austera y laboriosa. Sin embargo, los pocos
lujos que disfrutan —un buen piso, mejores telas, buena calidad del alimento,
bebidas y tabaco, dos o tres criados, un auto o un autogiro privado— los
colocan en un mundo diferente del de los miembros del Partido Exterior, y