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Todos esos territorios disputados contienen valiosos minerales y algunos
               de  ellos  producen  ciertas  cosas,  como  la  goma,  que  en  los  climas  fríos  es
               preciso  sintetizar  por  métodos  relativamente  caros.  Pero,  sobre  todo,
               proporcionan  una  inagotable  reserva  de  mano  de  obra  muy  barata.  La
               potencia que controle el África Ecuatorial, los países del Oriente Medio, la
               India Meridional o el Archipiélago Indonesio, dispone también de centenares

               de millones de trabajadores mal pagados y muy resistentes. Los habitantes de
               esas  regiones,  reducidos  más  o  menos  abiertamente  a  la  condición  de
               esclavos,  pasan  continuamente  de  un  conquistador  a  otro  y  son  empleados
               como  carbón  o  aceite  en  la  carrera  de  armamento,  armas  que  sirven  para
               capturar más territorios y ganar así más mano de obra, con lo cual se pueden
               tener  más  armas  que  servirán  para  conquistar  más  territorios,  y  así
               indefinidamente.  Es  interesante  observar  que  la  lucha  nunca  sobrepasa  los

               límites de las zonas disputadas. Las fronteras de Eurasia avanzan y retroceden
               entre la cuenca del Congo y la orilla septentrional del Mediterráneo; las islas
               del  Océano  Índico  y  del  Pacífico  son  conquistadas  y  reconquistadas
               constantemente  por  Oceanía  y  por  Asia  Oriental;  en  Mongolia,  la  línea
               divisoria  entre  Eurasia  y  Asia  Oriental  nunca  es  estable;  en  torno  al  Polo

               Norte,  las  tres  potencias  reclaman  inmensos  territorios  en  su  mayor  parte
               inhabitados e inexplorados; pero el equilibrio de poder no se altera apenas
               con todo ello y el territorio que constituye el suelo patrio de cada uno de los
               tres superestados nunca pierde su independencia. Además, la mano de obra de
               los  pueblos  explotados  alrededor  del  Ecuador  no  es  verdaderamente
               necesaria para la economía mundial. Nada atañe a la riqueza del mundo, ya
               que todo lo que produce se dedica a fines de guerra, y el objeto de prepararse

               para  una  guerra  no  es  más  que  ponerse  en  situación  de  emprender  otra
               guerra. Las poblaciones esclavizadas permiten, con su trabajo, que se acelere
               el  ritmo  de  la  guerra.  Pero  si  no  existiera  ese  refuerzo  de  trabajo,  la
               estructura  de  la  sociedad  y  el  proceso  por  el  cual  ésta  se  mantiene  no
               variarían en lo esencial.

                   La  finalidad  principal  de  la  guerra  moderna  (de  acuerdo  con  los
               principios  del  doblepensar)  la  reconocen  y,  a  la  vez,  no  la  reconocen,  los

               cerebros dirigentes del Partido Interior. Consiste en usar los productos de las
               máquinas sin elevar por eso el nivel general de la vida. Hasta fines del siglo
               XIX había sido un problema latente de la sociedad industrial qué había de
               hacerse  con  el  sobrante  de  los  artículos  de  consumo.  Ahora,  aunque  son
               pocos los seres humanos que pueden comer lo suficiente, este problema no es

               urgente  y  nunca  podría  tener  caracteres  graves  aunque  no  se  emplearan
               procedimientos artificiales para destruir esos productos. El mundo de hoy, si
               lo comparamos con el anterior a 1914, está desnudo, hambriento y lleno de
               desolación;  y  aún  más  si  lo  comparamos  con  el  futuro  que  las  gentes  de
               aquella época esperaba. A principios del siglo XX la visión de una sociedad
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