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se hacía por una impaciencia neurótica de verlo terminado. Es curioso que no
le preocupara el hecho de que todas las palabras que iba murmurando en el
hablescribe, así como cada línea escrita con su lápiz-pluma, era una mentira
deliberada. Lo único que le angustiaba era el temor de que la falsificación no
fuera perfecta, y esto mismo les ocurría a todos sus compañeros. En la mañana
del sexto día el aluvión de cilindros de papel fue disminuyendo. Pasó media
hora sin que saliera ninguno por el tubo; luego salió otro rollo y después nada
absolutamente. Por todas partes ocurría igual. Un hondo y secreto suspiro
recorrió el Ministerio. Se acababa de realizar una hazaña que nadie podría
mencionar nunca. Era imposible ya que ningún ser humano pudiera probar
documentalmente que la guerra con Eurasia había sucedido. Inesperadamente,
se anunció que todos los trabajadores del Ministerio estaban libres hasta el día
siguiente por la mañana. Era mediodía. Winston, que llevaba todavía la cartera
con el libro, la cual había permanecido entre sus pies mientras trabajaba y
debajo de su cuerpo mientras dormía, se fue a casa, se afeitó y casi se quedó
dormido en el baño, aunque el agua estaba casi fría.
Luego, con una sensación voluptuosa, subió las escaleras de la tienda del
señor Charrington. Por supuesto, estaba cansadísimo, pero se le había pasado
el sueño. Abrió la ventana, encendió la pequeña y sucia estufa y puso a
calentar un cazo con agua. Julia llegaría en seguida. Mientras la esperaba,
tenía el libro. Sentóse en la desvencijada butaca y desprendió las correas de la
cartera.
Era un pesado volumen negro, encuadernado por algún aficionado y en
cuya cubierta no había nombre ni título alguno. La impresión también era algo
irregular. Las páginas estaban muy gastadas por los bordes y el libro se abría
con mucha facilidad, como si hubiera pasado por muchas manos. La
inscripción de la portada decía:
TEORÍA Y PRÁCTICA DEL COLECTIVISMO OLIGÁRQUICO
por
EMMANUEL GOLDSTEIN
Winston empezó a leer:
CAPÍTULO PRIMERO
La ignorancia es la fuerza.
Durante todo el tiempo de que se tiene noticia —probablemente desde
fines del período neolítico— ha habido en el mundo tres clases de personas:
los Altos, los Medianos y los Bajos. Se han subdividido de muchos modos, han
llevado muy diversos nombres y su número relativo, así como la actitud que
han guardado unos hacia otros, ha variado de época en época; pero la