Page 129 - 1984
P. 129

se hacía por una impaciencia neurótica de verlo terminado. Es curioso que no
               le preocupara el hecho de que todas las palabras que iba murmurando en el
               hablescribe, así como cada línea escrita con su lápiz-pluma, era una mentira
               deliberada. Lo único que le angustiaba era el temor de que la falsificación no
               fuera perfecta, y esto mismo les ocurría a todos sus compañeros. En la mañana
               del sexto día el aluvión de cilindros de papel fue disminuyendo. Pasó media

               hora sin que saliera ninguno por el tubo; luego salió otro rollo y después nada
               absolutamente.  Por  todas  partes  ocurría  igual.  Un  hondo  y  secreto  suspiro
               recorrió  el  Ministerio.  Se  acababa  de  realizar  una  hazaña  que  nadie  podría
               mencionar  nunca.  Era  imposible  ya  que  ningún  ser  humano  pudiera  probar
               documentalmente que la guerra con Eurasia había sucedido. Inesperadamente,
               se anunció que todos los trabajadores del Ministerio estaban libres hasta el día
               siguiente por la mañana. Era mediodía. Winston, que llevaba todavía la cartera

               con  el  libro,  la  cual  había  permanecido  entre  sus  pies  mientras  trabajaba  y
               debajo de su cuerpo mientras dormía, se fue a casa, se afeitó y casi se quedó
               dormido en el baño, aunque el agua estaba casi fría.

                   Luego, con una sensación voluptuosa, subió las escaleras de la tienda del
               señor Charrington. Por supuesto, estaba cansadísimo, pero se le había pasado
               el  sueño.  Abrió  la  ventana,  encendió  la  pequeña  y  sucia  estufa  y  puso  a

               calentar  un  cazo  con  agua.  Julia  llegaría  en  seguida.  Mientras  la  esperaba,
               tenía el libro. Sentóse en la desvencijada butaca y desprendió las correas de la
               cartera.

                   Era  un  pesado  volumen  negro,  encuadernado  por  algún  aficionado  y  en
               cuya cubierta no había nombre ni título alguno. La impresión también era algo
               irregular. Las páginas estaban muy gastadas por los bordes y el libro se abría
               con  mucha  facilidad,  como  si  hubiera  pasado  por  muchas  manos.  La

               inscripción de la portada decía:

                      TEORÍA Y PRÁCTICA DEL COLECTIVISMO OLIGÁRQUICO

                                                           por

                                            EMMANUEL GOLDSTEIN

                   Winston empezó a leer:

                   CAPÍTULO PRIMERO

                   La ignorancia es la fuerza.

                   Durante  todo  el  tiempo  de  que  se  tiene  noticia  —probablemente  desde

               fines del período neolítico— ha habido en el mundo tres clases de personas:
               los Altos, los Medianos y los Bajos. Se han subdividido de muchos modos, han
               llevado muy diversos nombres y su número relativo, así como la actitud que
               han  guardado  unos  hacia  otros,  ha  variado  de  época  en  época;  pero  la
   124   125   126   127   128   129   130   131   132   133   134