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nuestros afiliados. Todo lo más, cuando es absolutamente necesario que
alguien calle, introducimos clandestinamente una hoja de afeitar en la celda
del compañero detenido. Es la única ayuda que a veces prestamos. Debéis
acostumbraros a la idea de vivir sin esperanza. Trabajaréis algún tiempo, os
detendrán, confesaréis y luego os matarán. Esos serán los únicos resultados
que podréis ver. No hay posibilidad de que se produzca ningún cambio
perceptible durante vuestras vidas. Nosotros somos los muertos. Nuestra única
vida verdadera está en el futuro. Tomaremos parte en él como puñados de
polvo y astillas de hueso. Pero no se sabe si este futuro está más o menos lejos.
Quizá tarde mil años. Por ahora lo único posible es ir extendiendo el área de la
cordura poco a poco. No podemos actuar colectivamente. Sólo podemos
difundir nuestro conocimiento de individuo en individuo, de generación en
generación. Ante la Policía del Pensamiento no hay otro medio.
Se detuvo y miró por tercera vez su reloj.
—Ya es casi la hora de que te vayas, camarada —le dijo a Julia—. Espera.
La botella está todavía por la mitad.
Llenó los vasos y levantó el suyo.
—¿Por qué brindaremos esta vez? —dijo, sin perder su tono irónico—.
¿Por el despiste de la Policía del Pensamiento? ¿Por la muerte del Gran
Hermano? ¿Por la humanidad? ¿Por el futuro?
—Por el pasado —dijo Winston.
—Sí, el pasado es más importante —concedió O'Brien seriamente.
Vaciaron los vasos y un momento después se levantó Julia para marcharse.
O'Brien cogió una cajita que estaba sobre un pequeño armario y le dio a la
joven una tableta delgada y blanca para que se la colocara en la lengua. Era
muy importante no salir oliendo a vino; los encargados del ascensor eran muy
observadores. En cuanto Julia cerró la puerta, O'Brien pareció olvidarse de su
existencia. Dio unos cuantos pasos más y se paró.
—Hay que arreglar todavía unos cuantos detalles —dijo—. Supongo que
tendrás algún escondite.
Winston le explicó lo de la habitación sobre la tienda del señor
Charrington.
—Por ahora, basta con eso. Más tarde te buscaremos otra cosa. Hay que
cambiar de escondite con frecuencia. Mientras tanto, te enviaré una copia del
libro. —Winston observó que hasta O'Brien parecía pronunciar esa palabra en
cursiva—. Ya supondrás que me refiero al libro de Goldstein. Te lo mandaré lo
más pronto posible. Quizá tarde algunos días en lograr el ejemplar.
Comprenderás que circulan muy pocos. La Policía del Pensamiento los