Page 122 - 1984
P. 122
conozcamos todo.
Se volvió hacia Julia y añadió con una voz algo más animada:
—¿Te das cuenta de que, aunque él sobreviviera, sería una persona
diferente? Podríamos vernos obligados a darle una nueva identidad. Le
cambiaríamos la cara, los movimientos, la forma de sus manos, el color del
pelo... hasta la voz, y tú también podrías convertirte en una persona distinta.
Nuestros cirujanos transforman a las personas de manera que es imposible
reconocerlas. A veces, es necesario. En ciertos casos, amputamos algún
miembro.
Winston no pudo evitar otra mirada de soslayo a la cara mongólica de
Martín. No se le notaban cicatrices. Julia estaba algo más pálida y le
resaltaban las pecas, pero miró a O'Brien con valentía. Murmuró algo que
parecía conformidad.
—Bueno. Entonces ya está todo arreglado —dijo O'Brien.
Sobre la mesa había una caja de plata con cigarrillos. Con aire distraído,
O'Brien la fue acercando a los otros. Tomó él un cigarrillo, se levantó y
empezó a pasear por la habitación como si de este modo pudiera pensar mejor.
Eran cigarrillos muy buenos; no se les caía el tabaco y el papel era sedoso.
O'Brien volvió a mirar su reloj de pulsera.
—Vuelve a tu servicio, Martín —dijo—. Volveré a poner en marcha la
telepantalla dentro de un cuarto de hora. Fíjate bien en las caras de estos
camaradas antes de salir. Es posible que los vuelvas a ver. Yo quizá no.
Exactamente como habían hecho al entrar, los ojos oscuros del hombrecillo
recorrieron rápidos los rostros de Julia y Winston. No había en su actitud la
menor afabilidad. Estaba registrando unas facciones, grabándoselas, pero no
sentía el menor interés por ellos o parecía no sentirlo. Se le ocurrió a Winston
que quizás un rostro transformado no fuera capaz de variar de expresión. Sin
hablar ni una palabra ni hacer el menor gesto de despedida, salió Martín,
cerrando silenciosamente la puerta tras él. O'Brien seguía paseando por la
estancia con una mano en el bolsillo de su «mono» negro y en la otra el
cigarrillo.
—Ya comprenderéis —dijo— que tendréis que luchar a oscuras. Siempre a
oscuras. Recibiréis órdenes y las obedeceréis sin saber por qué. Más adelante
os mandaré un libro que os aclarará la verdadera naturaleza de la sociedad en
que vivimos y la estrategia que hemos de emplear para destruirla. Cuando
hayáis leído el libro, seréis plenamente miembros de la Hermandad. Pero entre
los fines generales por los que luchamos y las tareas inmediatas de cada
momento habrá un vacío para vosotros sobre el que nada sabréis. Os digo que
la Hermandad existe, pero no puedo deciros si la constituyen un centenar de