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conozcamos todo.

                   Se volvió hacia Julia y añadió con una voz algo más animada:

                   —¿Te  das  cuenta  de  que,  aunque  él  sobreviviera,  sería  una  persona
               diferente?  Podríamos  vernos  obligados  a  darle  una  nueva  identidad.  Le
               cambiaríamos la cara, los movimientos, la forma de sus manos, el color del
               pelo... hasta la voz, y tú también podrías convertirte en una persona distinta.

               Nuestros  cirujanos  transforman  a  las  personas  de  manera  que  es  imposible
               reconocerlas.  A  veces,  es  necesario.  En  ciertos  casos,  amputamos  algún
               miembro.

                   Winston  no  pudo  evitar  otra  mirada  de  soslayo  a  la  cara  mongólica  de
               Martín.  No  se  le  notaban  cicatrices.  Julia  estaba  algo  más  pálida  y  le
               resaltaban  las  pecas,  pero  miró  a  O'Brien  con  valentía.  Murmuró  algo  que
               parecía conformidad.

                   —Bueno. Entonces ya está todo arreglado —dijo O'Brien.


                   Sobre la mesa había una caja de plata con cigarrillos. Con aire distraído,
               O'Brien  la  fue  acercando  a  los  otros.  Tomó  él  un  cigarrillo,  se  levantó  y
               empezó a pasear por la habitación como si de este modo pudiera pensar mejor.
               Eran cigarrillos muy buenos; no se les caía el tabaco y el papel era sedoso.
               O'Brien volvió a mirar su reloj de pulsera.

                   —Vuelve  a  tu  servicio,  Martín  —dijo—.  Volveré  a  poner  en  marcha  la

               telepantalla  dentro  de  un  cuarto  de  hora.  Fíjate  bien  en  las  caras  de  estos
               camaradas antes de salir. Es posible que los vuelvas a ver. Yo quizá no.

                   Exactamente como habían hecho al entrar, los ojos oscuros del hombrecillo
               recorrieron rápidos los rostros de Julia y Winston. No había en su actitud la
               menor afabilidad. Estaba registrando unas facciones, grabándoselas, pero no
               sentía el menor interés por ellos o parecía no sentirlo. Se le ocurrió a Winston

               que quizás un rostro transformado no fuera capaz de variar de expresión. Sin
               hablar  ni  una  palabra  ni  hacer  el  menor  gesto  de  despedida,  salió  Martín,
               cerrando  silenciosamente  la  puerta  tras  él.  O'Brien  seguía  paseando  por  la
               estancia  con  una  mano  en  el  bolsillo  de  su  «mono»  negro  y  en  la  otra  el
               cigarrillo.

                   —Ya comprenderéis —dijo— que tendréis que luchar a oscuras. Siempre a
               oscuras. Recibiréis órdenes y las obedeceréis sin saber por qué. Más adelante

               os mandaré un libro que os aclarará la verdadera naturaleza de la sociedad en
               que  vivimos  y  la  estrategia  que  hemos  de  emplear  para  destruirla.  Cuando
               hayáis leído el libro, seréis plenamente miembros de la Hermandad. Pero entre
               los  fines  generales  por  los  que  luchamos  y  las  tareas  inmediatas  de  cada
               momento habrá un vacío para vosotros sobre el que nada sabréis. Os digo que
               la Hermandad existe, pero no puedo deciros si la constituyen un centenar de
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