Page 120 - 1984
P. 120
Parecía un lacayo al que le han concedido el privilegio de sentarse con sus
amos. Winston lo miraba con el rabillo del ojo. Le admiraba que aquel hombre
se pasara la vida representando un papel y que le pareciera peligroso
prescindir de su fingida personalidad aunque fuera por unos momentos.
O'Brien tomó la botella por el cuello y llenó los vasos de un líquido rojo
oscuro. A Winston le recordó algo que desde hacía muchos años no bebía, un
anuncio luminoso que representaba una botella que se movía sola y llenaba un
vaso incontables veces. Visto desde arriba, el líquido parecía casi negro, pero
la botella, de buen cristal, tenía un color rubí. Su sabor era agridulce. Vio que
Julia cogía su vaso y lo olía con gran curiosidad.
—Se llama vino —dijo O'Brien con una débil sonrisa—. Seguramente,
ustedes lo habrán oído citar en los libros. Creo que a los miembros del Partido
Exterior no les llega. —Su cara volvió a ensombrecerse y levantó el vaso—.
Creo que debemos empezar brindando por nuestro jefe: por Emmanuel
Goldstein.
Winston cogió su vaso titubeando. Había leído referencias del vino y había
soñado con él. Como el pisapapeles de cristal o las canciones del señor
Charrington, pertenecía al romántico y desaparecido pasado, la época en que
él se recreaba en sus secretas meditaciones. No sabía por qué, siempre había
creído que el vino tenía un sabor intensamente dulce, como de mermelada y un
efecto intoxicante inmediato. Pero al beberlo ahora por primera vez, le
decepcionó. La verdad era que después de tantos años de beber ginebra
aquello le parecía insípido. Volvió a dejar el vaso vacío sobre la mesa.
—Entonces, ¿existe de verdad ese Goldstein? preguntó.
—Sí, esa persona no es ninguna fantasía, y vive. Dónde, no lo sé.
—Y la conspiración..., la organización, ¿es auténtica? ¿no es sólo un
invento de la Policía del Pensamiento?
—No, es una realidad. La llamamos la Hermandad. Nunca se sabe de la
Hermandad, sino que existe y que uno pertenece a ella. En seguida volveré a
hablarte de eso. —Miró el reloj de pulsera—. Ni siquiera los miembros del
Partido Interior deben mantener cerrada la telepantalla más de media hora. No
debíais haber venido aquí juntos; tendréis que marcharos por separado. Tú,
camarada —le dijo a Julia—, te marcharás primero. Disponemos de unos
veinte minutos. Comprenderéis que debo empezar por haceros algunas
preguntas. En términos generales, ¿qué estáis dispuestos a hacer?
—Todo aquello de que seamos capaces —dijo Winston.
O'Brien había ladeado un poco su silla hacia Winston de manera que casi
le volvía la espalda a Julia, dando por cierto que Winston podía hablar a la vez
por sí y por ella. Empezó pestañeando un momento y luego inició sus