Page 123 - 1984
P. 123

miembros o diez millones. Por vosotros mismos no llegaréis a saber nunca si

               hay una docena de afiliados. Tendréis sólo tres o cuatro personas en contacto
               con  vosotros  que  se  renovarán  de  vez  en  cuando  a  medida  que  vayan
               desapareciendo.  Como  yo  he  sido  el  primero  en  entrar  en  contacto  con
               vosotros, seguiremos manteniendo la comunicación. Cuando recibáis órdenes,
               procederán  de  mí.  Si  creemos  necesario  comunicaros  algo,  lo  haremos  por

               medio  de  Martín.  Cuando,  finalmente,  os  cojan,  confesaréis.  Esto  es
               inevitable.  Pero  tendréis  muy  poco  que  confesar  aparte  de  vuestra  propia
               actuación.  No  podréis  traicionar  más  que  a  unas  cuantas  personas  sin
               importancia. Quizá ni siquiera os sea posible delatarme. Por entonces, quizá
               yo haya muerto o seré ya una persona diferente con una cara distinta.

                   Siguió paseando sobre la suave alfombra. A pesar de su corpulencia, tenía

               una notable gracia de movimientos. Gracia que aparecía incluso en el gesto de
               meterse la mano en el bolsillo o de manejar el cigarrillo. Más que de fuerza
               daba una impresión de confianza y de comprensión irónica. Aunque hablara en
               serio,  nada  tenía  de  la  rigidez  del  fanático.  Cuando  hablaba  de  asesinatos,
               suicidio, enfermedades venéreas, miembros amputados o caras cambiadas, lo
               hacía en tono de broma. «Esto es inevitable» —parecía decir su voz—; «esto
               es lo que hemos de hacer queramos o no. Pero ya no tendremos que hacerlo

               cuando la vida vuelva a ser digna de ser vivida.» Una oleada de admiración,
               casi de adoración, iba de Winston a O'Brien. Casi había olvidado la sombría
               figura  de  Goldstein.  Contemplando  las  vigorosas  espaldas  de  O'Brien  y  su
               rostro enérgicamente tallado, tan feo y a la vez tan civilizado, era imposible
               creer en la derrota, en que él fuera vencido. No se concebía una estratagema,
               un peligro a que él no pudiera hacer frente. Hasta Julia parecía impresionada.

               Había dejado quemarse solo su cigarrillo y escuchaba con intensa atención.
               O'Brien prosiguió:

                   —Habréis oído rumores sobre la existencia de la Hermandad. Supongo que
               la habréis imaginado a vuestra manera. Seguramente creeréis que se trata de
               un  mundo  subterráneo  de  conspiradores  que  se  reúnen  en  sótanos,  que
               escriben mensajes sobre los muros y se reconocen unos a otros por señales

               secretas, palabras misteriosas o movimientos especiales de las manos. Nada de
               eso. Los miembros de la Hermandad no tienen modo alguno de reconocerse
               entre ellos y es imposible que ninguno de los miembros llegue a individualizar
               sino a muy contados de sus afiliados. El propio Goldstein, si cayera en manos
               de la Policía del Pensamiento, no podría dar una lista completa de los afiliados
               ni información alguna que les sirviera para hacer el servicio. En realidad, no
               hay  tal  lista.  La  Hermandad  no  puede  ser  barrida  porque  no  es  una

               organización en el sentido corriente de la palabra. Nada mantiene su cohesión
               a no ser la idea de que es indestructible. No tendréis nada en que apoyaros
               aparte  de  esa  idea.  No  encontraréis  camaradería  ni  estímulo.  Cuando
               finalmente seáis detenidos por la Policía, nadie os ayudará. Nunca ayudamos a
   118   119   120   121   122   123   124   125   126   127   128