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El corazón de Winston latía tan fuerte que dudaba de poder hablar. Lo
habían hecho; por fin lo habían hecho... Esto era lo único que Winston podía
pensar. Había sido un acto de inmensa audacia entrar en este despacho, y una
locura inconcebible venir juntos; aunque realmente habían llegado por
caminos diferentes y sólo se reunieron a la puerta de O'Brien. Pero sólo el
hecho de traspasar aquel umbral requería un gran esfuerzo nervioso. En muy
raras ocasiones se podía penetrar en las residencias del Partido Interior, ni
siquiera en el barrio donde tenían sus domicilios. La atmósfera del inmenso
bloque de casas, la riqueza de amplitud de todo lo que allí había, los olores —
tan poco familiares— a buena comida y a excelente tabaco, los ascensores
silenciosos e increíblemente rápidos, los criados con chaqueta blanca
apresurándose de un lado a otro... todo ello era intimidante. Aunque tenía un
buen pretexto para ir allí, temblaba a cada paso por miedo a que surgiera de
algún rincón un guardia uniformado de negro, le pidiera sus documentos y le
mandara salir. Sin embargo, el criado de O'Brien los había hecho entrar a los
dos sin demora. Era un hombre sencillo, de pelo negro y chaqueta blanca con
un rostro inexpresivo y achinado. El corredor por el que los había conducido
estaba muy bien alfombrado y las paredes cubiertas con papel crema de
absoluta limpieza. Winston no recordaba haber visto ningún pasillo cuyas
paredes no estuvieran manchadas por el contacto de cuerpos humanos.
O'Brien tenía un pedazo de papel entre los dedos y parecía estarlo
estudiando atentamente. Su pesado rostro inclinado tenía un aspecto
formidable e inteligente a la vez. Se estuvo unos veinte segundos inmóvil.
Luego se acercó el hablescribe y dictó un mensaje en la híbrida jerga de los
ministerios.
«Reí 1 coma 5 coma 7 aprobado excelente. Sugerencia contenida doc G
doblemás ridículo rozando crimental destruir. No conviene construir antes
conseguir completa información maquinaria puntofinal mensaje.»
Se levantó de la silla y se acercó a ellos cruzando parte de la silenciosa
alfombra. Algo del ambiente oficial parecía haberse desprendido de él al
terminar con las palabras de neolengua, pero su expresión era más severa que
de costumbre, como si no le agradara ser interrumpido. El terror que ya sentía
Winston se vio aumentado por el azoramiento corriente que se experimenta al
serle molesto a alguien. Creía haber cometido una estúpida equivocación. Pues
¿qué prueba tenía él de que O'Brien fuera un conspirador político? Sólo un
destello de sus ojos y una observación equívoca. Aparte de eso, todo eran
figuraciones suyas fundadas en un ensueño. Ni siquiera podía fingir que
habían venido solamente a recoger el diccionario porque en tal caso no podría
explicar la presencia de Julia. Al pasar O'Brien frente a la telepantalla, pareció
acordarse de algo. Se detuvo, volvióse y giró una llave que había en la pared.
Se oyó un chasquido. La voz se había callado de golpe.