Page 115 - 1984
P. 115
muy posible que la hubieran mandado a un campo de trabajos forzados. En
cuanto a su hermana, quizás se la hubieran llevado —como hicieron con el
mismo Winston— a una de las colonias de niños huérfanos (les llamaban
Centros de Reclamación) que fueron una de las consecuencias de la guerra
civil; o quizás la hubieran enviado con la madre al campo de trabajos forzados
o sencillamente la habrían dejado morir en cualquier rincón.
El ensueño seguía vivo en su mente, sobre todo el gesto protector de la
madre, que parecía contener un profundo significado. Entonces recordó otro
ensueño que había tenido dos meses antes, cuando se le había aparecido
hundiéndose sin cesar en aquel barco, pero sin dejar de mirarlo a él a través
del agua que se oscurecía por momentos.
Le contó a Julia la historia de la desaparición de su madre. Sin abrir los
ojos, la joven dio una vuelta en la cama y se colocó en una posición más
cómoda.
—Ya me figuro que serías un cerdito en aquel tiempo —dijo indiferente—.
Todos los niños son unos cerdos.
—Sí, pero el sentido de esa historia...
Winston comprendió, por la respiración de Julia, que estaba a punto de
volverse a dormir. Le habría gustado seguirle contando cosas de su madre. No
suponía, basándose en lo que podía recordar de ella, que hubiera sido una
mujer extraordinaria, ni siquiera inteligente. Sin embargo, estaba seguro de
que su madre poseía una especie de nobleza, de pureza, sólo por el hecho de
regirse por normas privadas. Los sentimientos de ella eran realmente suyos y
no los que el Estado le mandaba tener. No se le habría ocurrido pensar que una
acción ineficaz, sin consecuencias prácticas, careciera por ello de sentido.
Cuando se amaba a alguien, se le amaba por él mismo, y si no había nada más
que darle, siempre se le podía dar amor. Cuando él se había apoderado de todo
el chocolate, su madre abrazó a la niña con inmensa ternura. Aquel acto no
cambiaba nada, no servía para producir más chocolate, no podía evitar la
muerte de la niña ni la de ella, pero a la madre le parecía natural realizarlo. La
mujer refugiada en aquel barco (en el noticiario) también había protegido al
niño con sus brazos, con lo cual podía salvarlo de las balas con la misma
eficacia que si lo hubiera cubierto con un papel. Lo terrible era que el Partido
había persuadido a la gente de que los simples impulsos y sentimientos de
nada servían. Cuando se estaba bajo las garras del Partido, nada importaba lo
que se sintiera o se dejara de sentir, lo que se hiciera o se dejara de hacer.
Cuanto le sucedía a uno se desvanecía y ni usted ni sus acciones volvían a
figurar para nada. Le apartaban a usted, con toda limpieza, del curso de la
historia. Sin embargo, hacía sólo dos generaciones, se dejaban gobernar por
sentimientos privados que nadie ponía en duda. Lo que importaba eran las