Page 116 - 1984
P. 116

relaciones humanas, y un gesto completamente inútil, un abrazo, una lágrima,

               una  palabra  cariñosa  dirigida  a  un  moribundo,  poseían  un  valor  en  sí.  De
               pronto  pensó  Winston  que  los  proles  seguían  con  sus  sentimientos  y
               emociones. No eran leales a un Partido, a un país ni a un ideal, sino que se
               guardaban mutua lealtad unos a otros. Por primera vez en su vida, Winston no
               despreció  a  los  proles  ni  los  creyó  sólo  una  fuerza  inerte.  Algún  día  muy

               remoto  recobrarían  sus  fuerzas  y  se  lanzarían  a  la  regeneración  del  mundo.
               Los proles continuaban siendo humanos. No se habían endurecido por dentro.
               Se  habían  atenido  a  las  emociones  primitivas  que  él,  Winston,  tenía  que
               aprender de nuevo por un esfuerzo consciente. Y al pensar esto, recordó que
               unas semanas antes había visto sobre el pavimento una mano arrancada en un
               bombardeo y que la había apartado con el pie tirándola a la alcantarilla como
               si fuera un inservible troncho de lechuga.


                   —Los  proles  son  seres  humanos  —dijo  en  voz  alta—.  Nosotros,  en
               cambio, no somos humanos.

                   —¿Por  qué?  —dijo  Julia,  que  había  vuelto  a  despertarse.  Winston
               reflexionó un momento.

                   —¿No se te ha ocurrido pensar —dijo— que lo mejor que haríamos sería
               marcharnos de aquí antes de que sea demasiado tarde y no volver a vernos
               jamás?


                   —Sí, querido, se me ha ocurrido varias veces, pero no estoy dispuesta a
               hacerlo.

                   —Hemos tenido suerte —dijo Winston—; pero esto no puede durar mucho
               tiempo. Somos jóvenes. Tú pareces normal e inocente. Si te alejas de la gente
               como yo, puedes vivir todavía cincuenta años más.

                   —No. Ya he pensado en todo eso. Lo que tú hagas, eso haré yo. Y no te
               desanimes tanto. Yo sé arreglármelas para seguir viviendo.


                   —Quizás  podamos  seguir  juntos  otros  seis  meses,  un  año...  no  se  sabe.
               Pero al final es seguro que tendremos que separarnos. ¿Te das cuenta de lo
               solos que nos encontraremos? Cuando nos hayan cogido, no habrá nada, lo
               que  se  dice  nada,  que  podamos  hacer  el  uno  por  el  otro.  Si  confieso,  te
               fusilarán, y si me niego a confesar, te fusilarán también. Nada de lo que yo
               pueda hacer o decir, o dejar de decir y hacer, serviría para aplazar tu muerte ni

               cinco  minutos.  Ninguno  de  nosotros  dos  sabrá  siquiera  si  el  otro  vive  o  ha
               muerto.  Sería  inútil  intentar  nada.  Lo  único  importante  es  que  no  nos
               traicionemos, aunque por ello no iban a variar las cosas.

                   —Si  quieren  que  confesemos  —replicó  Julia—  lo  haremos.  Todos
               confiesan siempre. Es imposible evitarlo. Te torturan.
   111   112   113   114   115   116   117   118   119   120   121