Page 114 - 1984
P. 114

qué no había más comida. Gritaba y la fastidiaba, descompuesto en su afán de
               lograr una parte mayor. Daba por descontado que él, el varón, debía tener la
               ración  mayor.  Pero  por  mucho  que  la  pobre  mujer  le  diera,  él  pedía
               invariablemente más. En cada comida la madre le suplicaba que no fuera tan
               egoísta y recordase que su hermanita estaba enferma y necesitaba alimentarse;
               pero era inútil. Winston cogía pedazos de comida del plato de su hermanita y

               trataba de apoderarse de la fuente. Sabía que con su conducta condenaba al
               hambre a su madre y a su hermana, pero no podía evitarlo. Incluso creía tener
               derecho a ello. El hambre que le torturaba parecía justificarlo. Entre comidas,
               si su madre no tenía mucho cuidado, se apoderaba de la escasa cantidad de
               alimento guardado en la alacena.

                   Un  día  dieron  una  ración  de  chocolate.  Hacía  mucho  tiempo  —meses

               enteros— que no daban chocolate. Winston recordaba con toda claridad aquel
               cuadrito oscuro y preciadísimo. Era una tableta de dos onzas (por entonces se
               hablaba todavía de onzas) que les correspondía para los tres. Parecía lógico
               que la tableta fuera dividida en tres partes iguales. De pronto —en el ensueño
               —,  como  si  estuviera  escuchando  a  otra  persona,  Winston  se  oyó  gritar
               exigiendo  que  le  dieran  todo  el  chocolate.  Su  madre  le  dijo  que  no  fuese
               ansioso. Discutieron mucho; hubo llantos, lloros, reprimendas, regateos... su

               hermanita agarrándose a la madre con las dos manos —exactamente como una
               monita—  miraba  a  Winston  con  ojos  muy  abiertos  y  llenos  de  tristeza.  Al
               final,  la  madre  le  dio  al  niño  las  tres  cuartas  partes  de  la  tableta  y  a  la
               hermanita la otra cuarta parte. La pequeña la cogió y se puso a mirarla con
               indiferencia,  sin  saber  quizás  lo  que  era.  Winston  se  la  quedó  mirando  un
               momento. Luego, con un súbito movimiento, le arrancó a la nena el trocito de

               chocolate y salió huyendo.

                   —¡Winston! ¡Winston! —le gritó su madre—. Ven aquí, devuélvele a tu
               hermana el chocolate.

                   El  niño  se  detuvo  pero  no  regresó  a  su  sitio.  Su  madre  lo  miraba
               preocupadísima. Incluso en ese momento, pensaba en aquello, en lo que había
               de  suceder  de  un  momento  a  otro  y  que  Winston  ignoraba.  La  hermanita,
               consciente de que le habían robado algo, rompió a llorar. Su madre la abrazó

               con fuerza. Algo había en aquel gesto que le hizo comprender a Winston que
               su  hermana  se  moría.  Salió  corriendo  escaleras  abajo  con  el  chocolate
               derretiéndosele entre los dedos.

                   Nunca volvió a ver a su madre. Después de comerse el chocolate, se sintió
               algo avergonzado y corrió por las calles mucho tiempo hasta que el hambre le
               hizo  volver.  Pero  su  madre  ya  no  estaba  allí.  En  aquella  época,  estas
               desapariciones  eran  normales.  Todo  seguía  igual  en  la  habitación.  Sólo

               faltaban la madre y la hermanita. Ni siquiera se había llevado el abrigo. Ni
               siquiera  ahora  estaba  seguro  Winston  de  que  su  madre  hubiera  muerto.  Era
   109   110   111   112   113   114   115   116   117   118   119