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direcciones. «Si quieres verme, ya sabes dónde estoy», era en resumen lo que
O'Brien le había estado diciendo. Quizás se encontrara en el diccionario algún
mensaje. De todos modos lo cierto era que la conspiración con que él soñaba
existía efectivamente y que había entrado ya en contacto con ella.
Winston sabía que más pronto o más tarde obedecería la indicación de
O'Brien. Quizás al día siguiente, quizás al cabo de mucho tiempo, no estaba
seguro. Lo que sucedía era sólo la puesta en marcha de un proceso que había
empezado a incubarse varios años antes. El primer paso consistió en un
pensamiento involuntario y secreto; el segundo fue el acto de abrir el Diario.
Aquello había pasado de los pensamientos a las palabras, y ahora, de las
palabras a la acción. El último paso tendría lugar en el Ministerio del Amor.
Pero Winston ya lo había aceptado. El final de aquel asunto estaba implícito
en su comienzo. De todos modos, asustaba un poco; o, con más exactitud, era
un pregusto de la muerte, como estar ya menos vivo. Incluso mientras hablaba
O'Brien y penetraba en él el sentido de sus palabras, le había recorrido un
escalofrío. Fue como si avanzara hacia la humedad de una tumba y la
impresión no disminuía por el hecho de que él hubiera sabido siempre que la
tumba estaba allí esperándole.
CAPÍTULO VII
Winston se despertó muy emocionado. Le dijo a Julia: «He soñado que...»,
y se detuvo porque no podía explicarlo. Era excesivamente complicado. No
sólo se trataba del sueño, sino de unos recuerdos relacionados con él que
habían surgido en su mente segundos después de despertarse. Siguió tendido,
con los ojos cerrados y envuelto aún en la atmósfera del sueño. Era un amplio
y luminoso ensueño en el que su vida entera parecía extenderse ante él como
un paisaje en una tarde de verano después de la lluvia. Todo había ocurrido
dentro del pisapapeles de cristal, pero la superficie de éste era la cúpula del
cielo y dentro de la cúpula todo estaba inundado por una luz clara y suave
gracias a la cual podían verse interminables distancias. El ensueño había
partido de un gesto hecho por su madre con el brazo y vuelto a hacer, treinta
años más tarde, por la mujer judía del noticiario cinematográfico cuando
trataba de proteger a su niño de las balas antes de que los autogiros los
destrozaran a ambos.
—¿Sabes? —dijo Winston—; hasta ahora mismo he creído que había
asesinado a mi madre.
—¿Por qué la asesinaste? —le preguntó Julia medio dormida.