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tantos, el Partido no pretendía haber inventado, en el campo de la aviación,
más que el autogiro; una docena de años después, cuando Julia iba a la
escuela, se trataba ya del aeroplano en general; al cabo de otra generación,
asegurarían haber descubierto la máquina de vapor.) Y cuando Winston le dijo
que los aeroplanos existían ya antes de nacer él y mucho antes de la
Revolución, esto le pareció a la joven carecer de todo interés. ¿Qué importaba,
después de todo, quién hubiese inventado los aeroplanos? Mucho más le llamó
la atención a Winston que Julia no recordaba que Oceanía había estado en
guerra, hacía cuatro años, con Asia Oriental y en paz con Eurasia. Desde
luego, para ella la guerra era una filfa, pero por lo visto no se había dado
cuenta de que el nombre del enemigo había cambiado. «Yo creía que siempre
habíamos estado en guerra con Eurasia», dijo en tono vago. Esto le impresionó
mucho a Winston. El invento de los aeroplanos era muy anterior a cuando ella
nació, pero el cambiazo en la guerra sólo había sucedido cuatro años antes,
cuando ya Julia era una muchacha mayor. Estuvo discutiendo con ella sobre
esto durante un cuarto de hora. Al final, logró hacerle recordar confusamente
que hubo una época en que el enemigo había sido Asia Oriental y no Eurasia.
Pero ella seguía sin comprender que esto tuviera importancia. «¿Qué más
da?», dijo con impaciencia. «Siempre ha sido una puñetera guerra tras otra y
de sobras sabemos que las noticias de guerra son todas una pura mentira.»
A veces le hablaba Winston del Departamento de Registro y de las
descaradas falsificaciones que él perpetraba allí por encargo del Partido. Todo
esto no la escandalizaba. Él le contó la historia de Jones, Aaronson y
Rutherford, así como el trascendental papelito que había tenido en su mano
casualmente. Nada de esto la impresionaba. Incluso le costaba trabajo
comprender el sentido de lo que Winston decía.
—¿Es que eran amigos tuyos? —le preguntó.
—No, no los conocía personalmente. Eran miembros del Partido Interior.
Además, eran mucho mayores que yo. Conocieron la época anterior a la
Revolución. Yo sólo los conocía de vista.
—Entonces ¿por qué te preocupas? Todos los días matan gente; es lo
corriente.
Intentó hacerse comprender:
—Ése era un caso excepcional. No se trataba sólo de que mataran a
alguien. ¿No te das cuenta de que el pasado, incluso el de ayer mismo, ha sido
suprimido? Si sobrevive, es únicamente en unos cuantos objetos sólidos, y sin
etiquetas que los distingan, como este pedazo de cristal. Y ya apenas
conocemos nada de la Revolución y mucho menos de los años anteriores a
ella. Todos los documentos han sido destruidos o falsificados, todos los libros
han sido otra vez escritos, los cuadros vueltos a pintar, las estatuas, las calles y