Page 79 - Las Chicas de alambre
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Ella abrió unos ojos como platos.
—¿Qué?
—Sí o no.
—¿Qué hay que hacer?
—Es un equipo de tres personas. Consiguen publicidad, campañas, tratan con agencias,
van a ver a clientes. Hay que saber vender un producto, nada más. Sólo que este producto
es Zonas Interiores. Han de confiar en que con nosotros se anunciarán mejor, porque
somos la mejor revista del mundo. Es lo mismo que cuando te fotografían con una
colonia en las manos y te usan para que la gente se crea que si se la pone serán como tú.
—¿Hablas en serio?
—Absolutamente —agité el auricular para demostrárselo—. Y no te preocupes por la
experiencia. Aprenderás. Es un trabajo, pero también una oportunidad: estás dentro del
tinglado, vas a conocer a personas vinculadas con la publicidad. Si te lo tomas con
calma...
—¡Dios! Eres un samaritano —suspiró, esbozando una sonrisa.
—¿Sí o no?
Sofía hizo algo extraño, o no tanto, cuando comprendí la intensidad de su mirada. Paseó
sus ojos por mi apartamento, los depositó en mi bolsa de viaje, en las cámaras que tenía
en la mesa, en el ordenador... y, a medida que hacía ese largo trayecto, se le fueron
llenando de humedad.
—Suena bien, ¿verdad? —consideró.
—No es aburrido, es divertido, es estresante... O sea, que no es lavar platos.
Creo que yo estaba más nervioso que ella.
—Sí —acabó musitando, con la sonrisa ya abierta en su rostro.
Volví a hablar con mi madre.
—¿Mamá? No busques más. Ya la tengo. Mañana se pasará por ahí.
—Oye, espera, espera. ¿Dónde estás? ¿Con quién hablas?
—¿No confías en mí?
—¡Oh, sí! —se burló a la descarada—. Dime por lo menos una cosa: ¿es guapa?
—Demasiado. Y también lista.
—Eso lo doy por sobreentendido, pero lo de que sea guapa es esencial, Jonatan. Mira,
que me echen a los leones las feministas, pero una publicista fea no vende, y tú lo sabes.
Y no vivimos del aire. Ya sé que es cruel, pero...
—Ha hecho de modelo.
—Ah —fue como si le diera todas las garantías.
—Luego paso a verte y te cuento lo del viaje, ¿vale?
—Dime sólo si has dado con Vania o...
—Tengo una pista.
—¿Ah, sí? —la dejé boquiabierta.
—Hasta luego.
Colgué y me enfrenté a la todavía desconcertada mirada de Sofía.
—¿Qué es lo que se supone que soy, además de lista?
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