Page 83 - Las Chicas de alambre
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detenido en unas pretéritas siete y veintinueve minutos, dos figuritas de porcelana, unos
anillos baratos, unas cajitas con llaveros... La segunda caja resultó más interesante. Y
decisiva. Las postales y las cartas estaban allí. No eran muchas, pero sí las suficientes.
Algunas de las primeras provenían de lugares más o menos clásicos, y otras de lugares
nada habituales. Lo curioso —y al principio ni siquiera lo noté— era que todas estaban
escritas por la misma mano. Cuando reparé en ello, comprendí algo inusitado: que quien
las enviaba era la propia Vania. Ella se mandaba postales a sí misma. No sé si me pareció
más curioso que triste, o más triste que demoledor. ¿Por qué se escribía a sí misma? Se
me ocurrían dos únicas razones: que coleccionara postales y de esta forma le llegaban
después de su estancia en aquellos lugares, usadas y a través del correo, o... que nadie le
enviara nunca una y a ella le gustara recibirlas como a cualquier mortal.
Sólo que, si era eso último, el hecho denotaba una soledad absoluta.
Me estremecí.
Examiné todas las postales para estar seguro. Había tan sólo dos con otra letra. Y las dos
procedían de Aruba.
No había fechas, y las de los matasellos, para maldición mía, eran ilegibles. Una de las
postales decía: «Ya falta muy poco. Un beso.» La otra: «Todo va bien, se resolverá antes
de lo previsto. Hasta pronto.» Las firmaba Noraima.
Miré las cartas.
Y mi mano tembló, mitad excitada, mitad feliz, cuando finalmente encontré una con
sellos de Aruba; aunque me sentí menos feliz cuando vi que en el remite únicamente
aparecía el nombre: «Noraima Briezen.»
Ninguna dirección.
Tan sólo un dato más a añadir a lo poco que sabía: un apellido.
En una pequeña isla del Caribe, de menos de cien mil habitantes, tal vez fuese suficiente.
Me sentí un mucho incómodo y extraño cuando saqué la carta del interior del sobre. La
letra era muy correcta, y el castellano corriente. La fecha se correspondía con el tiempo
en el que Vania había estado casada con Robert Ashcroft; pero cuando la leí, supe que era
justo en el momento de la separación y el divorcio. Noraima le decía en uno de los
párrafos:
«La casa ha quedado muy bonita, preciosa. La fachada, pintada de amarillo, y el techo,
con las tejas rojas, le da color al jardín, los árboles y los parterres de flores. También he
acabado de poner la valla, blanca y muy coqueta. Te gustará. Desde tu habitación se ve la
playa, y el faro, a la derecha, tan cerca que hasta puedes tocarlo con la mano. Ahora es
más que nunca un hogar, tranquilo y familiar. Recuerda, mi niña, que es tan tuya como
mía, porque todo lo que tengo en el mundo eres tú, y en estos días, vuelvo a saber que
todo lo que tienes tú es el cariño de Jess, de Cyrille y el mío propio. Ten fuerzas, cariño.
Por favor, dime si vendrás a pasar unos días para descansar y recuperarte de todo esto, o
si, por el contrario, lo único que quieres es trabajar enseguida y olvidarte cuanto antes de
la experiencia. Si es así, sabes que me tienes a tu lado, no tienes ni que dudarlo. Eres más
que una hija para mí. Llámame y estaré contigo de inmediato. Si como dices, quieres
vivir entre Barcelona y París, estoy de nuevo dispuesta. Nadie se va a llevar nuestra casa
de Aruba, ¿no es cierto? Siempre estará ahí. Tengo muchas ganas de verte y abrazarte.
Estos tres meses han sido difíciles...»
Firmaba, de nuevo, Noraima, después de darle «muchos besos».
No era mucho para encontrar una casa en Aruba, aunque no creía que hubiese muchos
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