Page 72 - Las Chicas de alambre
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Un nombre no era mucho para empezar a buscar.
               —Oye, ¿tienes algún plan para esta noche? —inquirió de pronto mi anfitriona.

               Hubiera apostado a que ella sí. Un viernes por la noche...
               —No —respondí, sin estar muy seguro de...
               —¿Te apetece que vayamos a cenar? Quiero que me hables de España.
               Era la clase de desparpajo que me encantaba.

               Y, desde luego, me apetecía: por seguir hablando de las Chicas de Alambre, porque me
               temía una noche de viernes solitaria y aburrida en Los Ángeles, y porque me encantaba
               aquel radiante torbellino de libertad que era Barbara Hunt.



                                                          XXII



               El Puff & Nubby's está en el valle de San Fernando, en Granada Hills, y era un local de
               moda lejos del glamour de las estrellas, que frecuentaban otra clase de sitios. O eso al
               menos me dijo Barbara. Llegamos en mi coche a través de la interestatal 405; bastante
               cargada, por cierto. Ni siquiera me dejó ir al hotel a cambiarme. Se trataba de una salida
               informal. Ella, en cambio, sí se duchó y se puso un atractivo vestido que le realzaba todo
               lo que de por sí ya estaba bastante realzado y a la vista. Su madre no dijo nada, aunque
               me miró con un poco más de acritud y seriedad, preguntándose —lo más seguro—, si yo
               destilaba la suficiente confianza como para salir con su hija.
               Durante el trayecto, me habló de su serie de televisión, de su papel, de que terminaba el
               contrato al año siguiente y de que, con suerte, daría el salto al cine, sin prisas, sin querer
               subir mucho y rápido. Por eso estaba contenta de no ser la protagonista de la serie. Así
               pasaba más desapercibida. Según ella, las estrellas de televisión tenían asegurado el paso
               a la pantalla grande, pero muy pocas triunfaban. O no se adaptaban o estaban quemadas.
               Me pareció muy inteligente, sensata, como si la experiencia de Jess realmente le hubiese
               aportado algo. Eso me hizo pensar de nuevo en Sofía, en su carrera contra el tiempo, el
               inevitable poso de amargura que la llenaba.

               Después hablamos de España, mientras llegábamos al restaurante, y mientras pedíamos la
               cena, y mientras la iniciábamos, y mientras la terminábamos.
               Tuve mucho cuidado de no volver al tema de Jess. Me sentía bien con Barbara. Casi ni
               me habría importado no retomarlo. Era la primera vez que estaba con alguien como
               Barbara Hunt en L.A.
               En la mismísima Yanquilandia.
               Hasta comencé a pensar que, en efecto, allí, todo era posible.
               «Fábrica de sueños», «American way of life», y todo eso.

               —Jon, ¿que estás haciendo en realidad? —me preguntó, ya en los postres.
               —Un reportaje —no tenía sentido mentir.
               —¿Sobre Jess?
               —No, no, sobre Vania —noté cómo eso la relajaba—. La estoy buscando.

               —Oh.
               —Diez años es mucho tiempo para no dar señales de vida.
               —Lo sé —bajó los ojos al plato.


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