Page 67 - Las Chicas de alambre
P. 67

—No, y lo siento.
               —Bueno —bajó los ojos y los depositó en sus manos, cuidadas y armónicas, firmemente
               sujetas sobre su regazo—, la muerte de Jess fue una convulsión muy fuerte, ¿sabe? Nadie
               la superó, pero mi marido... Para él fue peor.
               —¿En qué sentido?

               —Se hundió. Quedó destrozado. Ya sabíamos que Jess se había escapado, que estaba
               fuera de control; pero creíamos que recordaría nuestras enseñanzas, el valor de la vida,
               todo lo que hace de este mundo algo importante por lo que luchar. Entonces los
               acontecimientos se dispararon: su aborto, su adicción a las drogas, su muerte... Fue muy
               triste. Mi marido se encerró en sí mismo, no hablaba con nadie, se pasaba el día rezando
               a solas y en silencio. Yo le oía llorar muchas noches. Sé que se culpaba por lo sucedido.
               No lo resistió. A los dos años empezó a encontrarse mal y se le diagnosticó el cáncer de
               próstata. Se operó, aunque ya no pudo superar su situación. Fueron cuatro años muy
               tristes hasta su muerte.
               —¿Por qué dice que Jess estaba fuera de control? Ella y sus dos amigas eran cotizadas
               modelos.
               —¿Sus amigas? —hizo un gesto de asco y tristeza—. Yo conocí bien a mi hija. Ella
               nunca habría hecho nada de lo que hizo de no ser por Cyrille y Vania. Ellas fueron su
               influencia negativa. Ellas y el diablo: Jean Claude Pleyel. Sin olvidar a ese infeliz
               llamado Nicky Harvey. Mi hija fue la víctima, señor Boix.

               ¿Cómo podía decirle que, según todos los indicios, había sido la primera en probar las
               drogas y... ?
               —No deja de ser extraño que en una familia de tan profundas convicciones religiosas
               como ustedes surjan dos estrellas, una de la moda y otra de la televisión y, posiblemente,
               del cine.
               —No hay nada de malo en ello —me miró como si mis palabras la extrañaran—. Cada
               ser humano ha de aportar lo que pueda a la felicidad de los demás. Si Barbara contribuye
               con su trabajo en una serie de televisión, alabado sea Dios. Y si Jess contribuyó con el
               suyo a hacer mejor la vida de otras personas, lo mismo. Jess era muy hermosa, muy
               hermosa, señor Boix —señaló una fotografía impresionante de su hija mayor—. La
               belleza no puede encerrarse ni esconderse. Yo quería que Jess la luciera como una
               bandera.   Lo   hizo;   pero   su   mástil   creció   hasta   hacerse   demasiado   alto   y   acabó
               rompiéndose. Haré lo que pueda para que la historia no se repita.
               Era una teoría. O tal vez una excusa con la que justificarse. En cualquier caso, no se
               encontraba allí para discutírsela.
               Tampoco quería perderla. Podía darse cuenta en cualquier momento de que estábamos
               hablando de Jess y no de Barbara.
               —¿Nunca más ha vuelto a saber de Vania?

               —No.
               —Creía que a lo mejor ella había venido alguna vez a visitarla...
               —No, no —movió la cabeza horizontalmente—. Tras el juicio, ya no volví a saber de
               ella. Ni siquiera sé qué estará haciendo.
               La molestaba hablar de Vania. Camino cerrado.

               —¿Cree que Nicky Harvey mató a Jean Claude Pleyel?
               —Sin lugar a dudas —fue terminante—. Jess cometió dos errores: caer en manos de

                                                                                                           67
   62   63   64   65   66   67   68   69   70   71   72