Page 70 - Las Chicas de alambre
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especulaciones. Hay quien piensa que ha muerto y la noticia no ha trascendido, y hay
quien piensa que vive, pero que, por alguna razón, está apartada de todo. No existen
muchas alternativas más.
—No lo sabía —dijo en un tono de absoluta sinceridad—, aunque ahora entiendo que en
ese tiempo no me haya enviado siquiera una postal.
—¿Eras muy amiga de ellas?
—Bueno, para mí eran... imagínate: tres diosas. Me llevaba muy bien con mi hermana. Y
Tanto Cyrille como Vania eran geniales —miró detrás suyo, hacia la puerta de la sala,
para comprobar que estuviéramos solos, y bajó un poco la voz para agregar—: Diga lo
que diga mi madre, eran estupendas. Tres amigas de verdad, todas para una y una para
todas.
—Pero tú sólo tenías siete u ocho años cuando murieron Cyrille y Jess.
—¿Y qué? Te aseguro que las recuerdo muy bien. Cyrille me fascinaba, era alucinante,
mágica y misteriosa, pura esencia africana, y Vania se revestía de una naturalidad y un
encanto... Solía decir que si un día tenía una hija, quería que fuese como yo. Mi hermana,
por su parte, decía que cuando yo tuviese catorce o quince años trabajaría con ella. Claro
que ya entonces mi madre estaba muy asustada viendo el deterioro de Jess. Eso hacía que
me protegiera más a mí. Eso de nacer la última y descolgada del resto de la familia es
bastante rollo, ¿sabes?
—¿Te llevas mucho con tus hermanos?
—Palmer Júnior nació dos años después que Jess, y Richard tres años después que
Palmer Júnior. Doce años más tarde... ¡tachan! —se apuntó a sí misma con los dedos
índices de sus dos manos.
Era habladora y divertida. Me encantaba.
—¿Guardas muchas cosas de Jess?
—Sí, ¿quieres verlas?
—Claro.
—Entonces, ven.
Se puso en pie y me precedió hasta el vestíbulo. Allí tomamos la escalera que conducía a
la planta alta de la casa. A través de las cristaleras vi un paisaje espléndido, un pequeño
valle, casas diseminadas y semiocultas por entre los cuidados árboles. Desde luego, los
que viven bien en Yanquilandia, viven bien. Mejor que bien. La piscina de la casa estaba
en la parte de atrás. No era muy grande, sólo suficiente. Bueno, mi apartamento no era
mucho mayor que ella.
Barbara Hunt no se detuvo hasta llegar a una puerta. Sobre la madera, y pintado con
minuciosas letras rojas, leí: «Reserva India - Blancos fuera.» La abrió y entró. Cuando yo
estuve dentro cerró la puerta sin manías y nos quedamos solos, aislados del mundo.
—¿Qué te parece?
Supe a qué se refería. Había algunos pósters de grupos de moda y guaperas varios; pero
una de las cuatro paredes era algo así como un altar dedicado a Jess. Portadas de revistas,
publicidad, fotos de estudio, fotos de pasarela... Y en un rectángulo de corcho, con
prendedores de colores, un sinfín de fotografías: de Jess sola, de Jess con ella, de Jess con
Vania y Cyrille, de Jess con su familia...
—Quería mucho a Jess —suspiró con ternura y seria por primera vez—. La echo mucho
de menos.
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