Page 50 - Las Chicas de alambre
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—Vania.
               —Oh —le cambió la cara. Seguramente esperaba algo distinto, sobre la agencia, o sobre
               sí misma. Pero estuvo perfectamente al quite—: Pronto hará diez años, claro.

               —Así es.
               —¿Qué quieres saber?
               —No sólo quiero centrarlo en la desaparición de Vania o las muertes de Jess y Cyrille.
               También quiero hablar de las modelos, de lo que son y lo que sienten. Creo que nadie
               mejor que usted para...
               —Soy su madre, desde luego —asintió—. Desde que llegan aquí y son contratadas, me
               convierto en todo para ellas. Ha de ser así, o de lo contrario... Los hombres son distintos,
               sin olvidar que pocos se hacen famosos realmente. Las niñas, en cambio... —sonrió al
               emplear la palabra niñas—. La edad ha bajado mucho. Empiezan muy pronto. Siempre
               les digo lo mismo, que es un mundo duro, terrible, que no basta con ser bellas, que todo
               es trabajo, trabajo, trabajo. Y me escuchan, pero... Quién acepta las reglas al cien por cien
               cuando se tienen quince o diecisiete años. Se deslumbran, se sienten fuertes y seguras
               tanto como, en ocasiones, frágiles. Cualquier mujer entra en una tienda y es capaz de
               pasarse una hora probándose ropa sólo para ver cómo le sienta, cómo luce. Las modelos
               hacen lo mismo: se prueban decenas de vestidos, los exhiben en una pasarela, es como un
               juego. Luego está la imagen. Mira esto.
               Me tendió un book de una modelo que no conocía. Lo abrí y pasé varias páginas con
               bolsas de plástico, en cada una de las cuales había una portada de una revista o una
               fotografía publicitaria. Entendí lo que me quería decir. Se trataba de la misma modelo,
               pero nadie lo hubiera dicho. Una mujer, cien caras. Un rostro, cien imágenes.

               —Son una y mil —lo hizo más grande Trisha Bon-marchais—. Para ellas es el máximo
               de la fantasía. Ser modelo es una religión. Fíjate bien en el detalle: es tan maravilloso que
               apenas dura. En el cine, una mujer llega a su esplendor a los treinta años. En el modelaje,
               a esa edad ya se es vieja. Pocas llegan activas: Elle McPherson, Linda Evangelista, Cindy
               Crawford... y aun es porque se han diversificado, han hecho cine, otras cosas, que si no.
               Es tan duro que en el fondo todo está en contra. Si te enamoras, estás perdida. Si estás
               sola, estás perdida. Aviones, aeropuertos, ni soñar con tener un hijo, hombres que van a
               por ti pensando que pueden comprarte porque debajo de cada modelo hay una puta. Todo
               en contra, pero basta con el placer que se siente por dentro para superarlo, ¿entiendes?
               Una modelo de pasarela vive en esos minutos que está encima de ella casi toda una vida.
               Y otra que preste su rostro a una marca de perfumes sabe que su imagen será vista y
               admirada en todo el mundo. Eso, amigo mío, es poder. Y poder es placer.

               —Siempre se dice que una modelo madura rápido, que en un año es como si vivieran
               diez.
               —Cierto. Son adultas a los trece o catorce años, mujeres a los quince y diosas a los
               veinte. Eso es inasimilable. O maduran rápido o... La misma palabra lo dice: modelo. Son
               un modelo a seguir, a imitar. Todas las adolescentes quieren serlo. Saben que, en un
               mundo oscuro, ellas son la luz.

               Hablaba con pasión de su mundo, con mucha pasión. Trisha Bonmarchais era una
               magnífica relaciones públicas de su universo, porque creía en lo que decía. Para ella no
               había nada más. Gente «fuera», o sea, «los demás», y gente «dentro», o sea, «ellos y
               ellas». La vulgaridad frente a la perfección. El consumo frente al gancho. La fealdad
               frente a la belleza. Lo gris de la vida frente al arte hecho imagen y sensación.


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