Page 53 - Las Chicas de alambre
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reportaje. No sólo puedo darte una invitación, sino meterte en el staff para que estés con
               las chicas en el peluquero y luego entre bastidores, viendo el back stage de un desfile.
               ¿Has estado alguna vez así en uno?
               —No.
               —Entonces está hecho. Michel no es Gaultier ni Lagerfeld, pero es uno de los genios
               emergentes de la moda. La mayoría de las chicas que va a utilizar son mías.

               —Gracias.
               Se puso en pie y me acompañó a la puerta. No sé cómo lo hizo, pero antes de llegar a
               ella, ya apareció su secretario, dispuesto a satisfacer sus exigencias y darme lo que
               necesitaba.


                                                           XVI



               Ya no tenía la tarde libre como pensaba, pero la alternativa era buena, muy buena. Y no
               sólo por el reportaje, sino por mí mismo. Nunca había estado en la trastienda de un
               desfile  de   modas,  con  un   enjambre  de  bellezas   en   la  peluquería,  viendo  cómo  se
               transformaban, y después en la antesala de la pasarela, siendo testigo del trajín, el vértigo,
               la locura que permitía que luego, ellas, caminaran frente al público, los fotógrafos y las
               cámaras de televisión como si el mundo se detuviera a su paso, sonrientes, firmes y
               seguras. El trabajo de una temporada entera se presentaba en veinte minutos. Excitante.
               Había oído hablar de ello, pero eso era todo. Y un desfile en el mismo París...
               Pensé en Sofía, en lo que daría por estar allí.
               Por eso llegué al hotel, me tendí en la cama y marqué su número. No sabía nada de ella
               desde su marcha de mi apartamento y la pelea de la noche anterior. Nada. No es que me
               sintiera culpable, pero tampoco había dejado de pensar en lo sucedido. Le tiré la maldita
               droga, hubo unos gritos, y después... Cuando la gente no habla, cuando cada cual se
               escuda en su postura, es difícil entender el punto de vista del otro.
               Y además, me seguía gustando.
               —¿Sí? —escuché su voz, aunque algo nasal.

               —Sofía, soy Jon.
               Pasaron tres segundos. No me colgó.
               —Hola.
               Su voz careció de entusiasmo, pero algo era algo.

               —¿Qué te pasa?
               —¿No me oyes la voz? Estoy resfriada.
               —Lo siento.
               —No importa. El novio de mi compañera casi se ha instalado aquí, y me ponen de los
               nervios. Ayer salí, llovió, me mojé...
               —¿Por qué no fuiste a mi casa? Ya sabes dónde está la llave.

               Cambió de tema sin más.
               —¿Dónde estás?
               —En París.

               —Joder —la oí suspirar.

                                                                                                           53
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