Page 51 - Las Chicas de alambre
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—¿Qué es lo peor para una modelo joven?
—La familia y los novios —dijo rápida—. Ser modelo exige una disciplina total, entrega
total, vida total... y sentirse modelo las 24 horas del día, por dentro y por fuera. Por eso
las modelos españolas tardaron tanto en despegar, y aún les cuesta. Y que conste que no
es algo mío. Pregunta y te dirán lo mismo en todas las agencias. Las malas famas, por
desgracia... La española es poco disciplinada, es impuntual, tiende a la pereza y escucha
demasiado a la familia o al dichoso novio o los amigos. En este trabajo no puede haber
novios, y la familia no tiene ni idea de lo que pasa. Antes te he dicho que yo soy su
madre.
—¿Su marido era el padre?
—Por supuesto.
No sabía cómo abordar el tema de las drogas. Se había escrito tanto acerca de que Jean
Claude Pleyel suministraba cocaína y heroína a sus chicas para tenerlas en forma, que
pensé que no era necesario preguntarle a su mujer. Podía echarme a patadas.
Me desconcertó que ella misma...
—Todo aquello que se escribió al morir Jean Claude fue pura basura —dijo de pronto—.
¿Cómo iba a hacerles daño? ¡Es absurdo! Es la misma leyenda negra que acompaña al
rock. Tú eres joven y lo sabes. Se asocia al rock con el sexo y las drogas. O a los
escritores con las borracheras. Falso, falso, falso. En el mundo del rock han muerto
muchos artistas por sobredosis, ¡de acuerdo! Pero nada más. ¿Por qué se magnifica? Muy
simple: si muere por una sobredosis el vicepresidente de una marca de coches, la noticia
ocupa un par de líneas en un periódico. Pero si se muere una rock star, es portada, y
entonces la gente dice: «Claro, como todos son unos drogadictos.» En la moda ocurre lo
mismo. No todas las modelos delgadas toman drogas, ni todas son anoréxicas o
bulímicas, ni todas soportan la presión, los viajes o las horas de trabajo con anfetaminas.
Muchas son normales, con vidas normales, equilibradas y sumamente inteligentes. Pero
basta que una o dos caigan para que el mundo crea que todas son iguales.
Me estaba «vendiendo» el producto, y lo hacía bien. Lo que decía tenía su lógica. Yo
mismo lo había pensado a veces del mundo del rock. Sin embargo, la cuestión no era
aquélla. La cuestión, pese a todo, era que Jean Claude Pleyel había sido un cerdo. Eso sí
se demostró en el juicio.
Pero ella era su mujer, así que no iba a sacarle nada por ahí.
Lo importante es que ya estábamos dentro de lo que a mí me interesaba.
—¿Quién mató a su marido? —le pregunté de pronto, aprovechando que parecía estar
muy lanzada.
—No lo sé —dijo, sin plegar velas—. Te digo la verdad. Desde luego no fue aquel idiota.
Los idiotas no van pegando tiros a la cabeza de la gente. Eso lo hacen los asesinos en
serie, o los fanáticos, o los locos, como el que mató a Versace. Pero el novio de Jess
Hunt... no, no. Absurdo.
Frederick Dejonet opinaba lo mismo. No parecía ser casual.
—Pero le amenazó. Fue a su propia casa; usted fue testigo de ello.
—Era un loco idiota, nada más —insistió segura.
—Se le juzgó por ello.
—No tenían a nadie más, y mi marido era demasiado importante. Había que buscar un
cabeza de turco. Nicky Harvey era perfecto. Carecía de coartada, tenía el motivo... bueno,
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