Page 45 - Las Chicas de alambre
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«Camina». Y ella caminaba. Le ponían algo en las manos y le decían: «Posa». Y ella
posaba y vendía ese producto. Tenía magia.
—¿Quién le puso el nombre?
—Pleyel. Yo ya me he habituado a llamarla Cyrille. Pero para mí era Narim.
—¿Tuvo Cyrille algo que ver con el inglés que le dio trabajo en Etiopía?
—¿Harry MacAnaman? ¡No! Harry tenía una esposa muy agradable y cinco hijos.
Cuando le propuse a Narim... a Cyrille llevarla conmigo a París, ella aceptó sin dudarlo, y
él lamentó perder a una buena empleada, porque se llevaba muy bien con sus niñas.
—¿Cómo la convenció?
—Le ofrecí el mundo —se encogió de hombros—. Le mostré una fotografía de la torre
Eiffel y le dije que podía ser suya. Lo primero que hicimos al llegar fue visitarla y subir
hasta la parte más alta. Estaba entusiasmada. A su modo, yo fui el primer amor de su
vida. Y no quisiera que me interpretara...
—Descuide —le tranquilicé.
—Mi amigo MacAnaman fue una mano en la oscuridad. Él la rescató y le dio una
oportunidad. Pero yo lo fui todo para ella. Padre, marido, amante, hermano. Despues
aparecieron Vania y Jess. Pero Cyrille siguió viviendo aquí, conmigo, hasta un par de
años antes de su muerte.
—¿Se pelearon?
—No. Nunca. Pero ella ya pasaba más tiempo fuera que en casa. Tuve que dejarla
marchar del todo. Nunca lo habría hecho por sí misma, así que se lo dije yo. Y no crea
que fui generoso. Tan sólo actué con algo de lógica, y también porque me enamoré de la
que luego fue mi tercera esposa. Ella sí podía sentir placer.
Acostarse durante años con una persona tan fría, muerta, por hermosa que fuera, por
perfecta que resultase... Volví a estremecerme.
—¿Fue Pleyel quien introdujo en el mundo de la droga a Cyrille?
—Sí —fue rotundo.
—¿Usted lo sabía?
—Al comienzo, no —bajó la cabeza—. Ese cabrón les daba heroína y cocaína a sus
chicas, para que siempre estuviesen delgadas, para que no engordaran y también para
tenerlas en un puño. Cyrille no me dijo nada, me respetaba mucho; pero un día empecé a
sospechar. Estaban bañándose ahí —señaló la piscina—, las tres, y Jess Hunt desapareció
cinco minutos. Cuando volvió parecía... qué sé yo. Nunca he tomado drogas, ¿sabe?
Jamás. Hablé con Cyrille, y lo confesó. Ella y Jess estaban muy colgadas ya. Vania no, lo
suyo era anoréxico puro, aunque también tomara drogas a veces, me consta. Bueno... lo
de las Wire-girls fue un invento del propio Pleyel, así que tenía que mantenerlas
esqueléticas para seguir con esa leyenda. Era su negocio. Maldito hijo de puta. ¿Sabe
algo? —me miró con acritud—: Quien matara a Jean Claude Pleyel hizo bien. Ese cabrón
arruinó la vida de muchas modelos, y no todas eran tops como Cyrille, Jess o Vania.
—¿No cree usted que le matara Nicky Harvey, el novio de Jess?
—¿Ese cretino? ¡No, santo cielo!
—¿Entonces... quién?
—No lo sé, pero Nicky Harvey... —repitió su gesto de asco—. No era más que un
petimetre. Fuera quien fuera el que mató a Pleyel, le vino de perlas que ese chico fuera
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