Page 47 - Las Chicas de alambre
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segundo lugar, apareció el médico que le había diagnosticado el sida. Dos y dos sumaron
               cuatro.
               En las fotografías del entierro de Cyrille, vi a Jess y a Vania, a Frederick Dejonet, a Jean
               Claude Pleyel...
               Era curioso: nunca se supo nada de los padres de Cyrille, es decir, de Narim Wirmeyd.
               Tal vez ni supieran que su hija se había convertido en una musa de la moda.

               La información acerca de Jess Hunt era bastante más exhaustiva por el morbo de su
               fallecimiento, pero aún más por los acontecimientos posteriores. Jess había sido hallada
               muerta por su novio, Nicky Harvey, en su apartamento de las Tullerías. Hacía cinco
               meses de la desaparición de Cyrille y, según los indicios y declaraciones de «amigos y
               amigas» de la top, Jess estaba muy deprimida por lo sucedido. Los dos meses anteriores a
               su muerte los había pasado sin trabajar, hecha una ruina, y dos días antes del fatal
               desenlace   ella   y   Nicky   Harvey   habían   decidido   ingresar   en   una   clínica   de
               desintoxicación. No tuvo opción de dar el paso. La sobredosis de heroína terminó con su
               vida. Harvey, hijo de una acaudalada familia californiana, estaba de viaje.

               Tres días después de la muerte de Jess, alguien disparó de noche y en la calle a Jean
               Claude Pleyel. Dos balas en la cabeza. El dueño de la Agencia Pleyel cayó al suelo
               fulminado. Un solo testigo presencial, aunque lejano, manifestó haber visto huir a un
               hombre a pie, y después aseguró haber oído alejarse un coche. Nada más. La policía tardó
               menos de una semana en detener a Nicky Harvey, acusándole de asesinato. ¿Motivo?:
               matar al hombre que, según él, había metido a Jess en el mundo de la droga. Jess, a su
               vez, había pasado su afición a su novio. Las causas parecían, pues, de lo más genuinas,
               una venganza pura y simple. Pleyel era el mal, el diablo.
               Pero Nicky Harvey, pese a no tener coartada alguna —aseguró que, afectado por la
               muerte de Jess, se había refugiado solo en una cabaña a las afueras de París—, juró y
               perjuró que él era inocente, que no había matado a Pleyel. Su insistencia se mantuvo
               hasta el día del juicio, pero el fiscal logró reunir no pocas pruebas incriminatorias en su
               contra: declaraciones de odio hacia la víctima, antes y después de la muerte de Jess, una
               amenaza telefónica confirmada por la recepcionista de la Agencia Pleyel y una visita
               furibunda a su casa, de la que fue testigo la esposa del asesinado, Trisha Bonmarchais. El
               cerco en torno a Harvey se cerró y, para cuando llegó el juicio, todas las cartas habían
               sido repartidas, y él no tenía ningún as. El fiscal, encima, se sacó un comodín inesperado:
               un médico aportó las pruebas de que Jess había abortado voluntariamente en Amsterdam,
               Holanda, exactamente un mes antes del suicidio de Cyrille. Según el médico, Jess tenía
               todavía algunas dudas, pero Nicky Harvey, padre de la criatura, la obligó a hacerlo, y
               ella, sin voluntad apenas por su dependencia de las drogas, lo aceptó.

               El mundo entero señaló al joven Harvey, de veinticinco años, como el niño mimado y
               malcriado capaz de todas las monstruosidades. El juicio entró en su recta final, pero el
               destino se reservó un último giro inesperado para dejarlo todo en el aire. Ni siquiera se
               supo si el jurado le habría declarado culpable o inocente. Nicky Harvey murió también de
               una sobredosis.
               Alguien dijo que, pese a todo, estaba loco por Jess, y que sin ella...

               Vi más fotografías: en el entierro de Jess, en las sesiones del juicio, en el entierro de
               Nicky...

               Vania.
               Una Vania apenas reconocible ya, con gafas oscuras, pañuelo en la cabeza, vestida de


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