Page 55 - Las Chicas de alambre
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de película. Ahora me gustas tú.
               La pausa fue mucho mayor.

               —Puro carne y hueso —trató de quitarle importancia a mis palabras.
               —Te llamaré cuando vuelva, ¿de acuerdo?
               —Si no estoy, es que me he ido a las Maldivas, o a la Polinesia, a tomar el sol.
               —Bueno, entonces esperaré a que vuelvas. ¿Qué tal está tu compañera de piso?

               —¡Ni se te ocurra! —logré hacerla reír—. ¿Quieres morir en el intento?
               —Un beso. Cuídate.
               Estornudó sonoramente, y no era fingido.
               —Vale —gimió.

               Colgué al mismo tiempo que ella y me quedé en la cama cinco minutos más, pensando, o
               más   bien   dejando   que   mis   pensamientos   fluyeran   libres.   Cuando   llenaron   toda   la
               habitación, los aparté de golpe y volví a concentrarme en el teléfono. Aún me quedaban
               unos minutos antes de tener que cambiarme de ropa y salir.

               —Zonas Interiores, ¿dígame?
               —Elsa, soy Jon.
               —Ooh-la-la —cantó en el más puro estilo chic parisino.
               —Deberías ver los Campos Elíseos. La primavera les sienta muy bien.
               —Y tú deberías ver cómo está esto. El exceso de trabajo nos sienta de coña.

               Me imaginé a Sofía con el buen humor y la mala baba positiva de Elsa. Una combinación
               perfecta.

               —Vale, ponme con la jefa.
               —¡Una de madre... marchando!
               No podía estrangularla. Era buena. Más que buena, indispensable. Seguro que mamá la
               preferiría a ella.
               —¿Jonatan?

               —Agente 007 informando, señora —anuncié.
               —¿Cómo lo llevas?
               —Dejonet, muy bien. Trisha Bonmarchais... digamos que epatante. Me ha invitado a ver
               un pase de modas dentro de un rato, a eso de las siete. Y antes estaré con las chicas en la
               peluquería, viendo cómo se lo montan y de qué hablan.
               —No alucines mucho.
               —Tengo los nervios de acero y el corazón de piedra.

               —Sí, ya —se burló ella.
               —¿Crees que va a impresionarme estar rodeado por veinte o treinta de las mujeres más
               guapas del mundo? ¡Por favor!
               —¿De quién es el desfile?
               —De un tal Michel de Pontignac. No le conozco.
               —Yo sí. Es un nuevo Gaultier pero aún más excesivo. ¿Me harás fotos?

               —No. Voy de incógnito. Prefiero concentrarme en la trastienda.
               —De acuerdo.
               —Oye, ¿tú sabes cuántas casas o apartamentos tenía Vania?

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