Page 34 - Las Chicas de alambre
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personal. Era como si estuviesen conectadas, interrelacionadas entre sí. Cuando una
               llamaba, las otras dos acudían. Por eso al morir la primera se desencadenó la tragedia. Al
               menos es como lo veo yo. Fíjate en que entre la muerte de Cyrille y la desaparición de
               Vania, apenas si transcurren unos meses, y en medio, la de Jess Hunt. Aquel juicio al
               novio de Jess fue la puntilla.
               —¿Crees que haya muerto?
               —No lo sé. Pero te diré algo: alguien como ella no se retira y desaparece diez años. Era
               una diosa, y las diosas necesitan devoción.
               —¿Y si ya no era ella?

               Comprendió el sentido de mi pregunta.
               —Solamente conocí a una Vania —reflexionó—. Y fue cinco años antes de todo eso.
               —¿Te sorprendió que se casara?
               —No, y aún menos que se divorciara tan rápido. Pudo habernos pasado a nosotros. Lo
               que si me extrañó es que lo hiciera en un arranque, y con alguien como ese estirado. No
               era de ésas.
               —La gente cambia.
               —Sí —convino.

               Nos miramos súbitamente en silencio.
               Y entonces me di cuenta de que ya estaba todo dicho.


                                                            XI



               No lo esperaba, así que me sorprendió encontrármela allí, en la puerta de mi casa, sentada
               en el peldaño de la escalera y con una bolsa al lado.
               Sofía.

               La había llamado el viernes, después de lo de Nando Iturralde, pero ya no la encontré.
               Tendría algo mejor que hacer el fin de semana. Ahora era domingo por la noche.

               —¿Por qué no me... ?
               —Lo siento —me detuvo—. ¿Puedo pasar la noche en tu casa?
               A mí no me suelen suceder esas cosas, así que me dio por buscar una cámara oculta en
               alguna parte.
               —¿Qué haces? Oye, si te molesta o... Ningún problema, ¿eh?

               —No seas tonta. Claro que puedes quedarte. Pero a cambio de algo.
               —Sin condiciones —me apuntó entonces con un dedo acusador.
               —Quiero saber tu apellido.
               —¡Jo! —se echó a reír.

               —O eso, o a la calle.
               —Muy bien, adiós —pasó por mi lado después de recoger la bolsa y tuve que detenerla.
               —Está bien —me rendí.
               Entonces me miró, una vez derrotado, y fue cuando me dijo:

               —García.
               —No es tan malo —repuse.

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