Page 31 - Las Chicas de alambre
P. 31

Y supe que me iba a costar mucho meter a Tomás Fernández en mi reportaje sin decir
               exactamente lo que era.



                                                             X


               Nando   Iturralde   había   comenzado   a   cantar,   como   la   mayoría,   en   la   adolescencia,
               influenciado por gentes como Bruce Springsteen. Primero estuvo en algunos grupos de
               Bilbao, tocando la guitarra, hasta que formó el suyo propio, Kaos-Tia, y se erigió en
               cantante y líder absoluto del mismo. Aguantaron siete años, yendo de menos a más, y lo
               dejaron en pleno éxito, con un potente doble en directo que llegó al número uno de los
               rankings de ventas. Demasiado para volver atrás o seguir con la banda. El siguiente paso
               fue un cambio de imagen, de estilo, y emerger al cabo de un año como solista. De su
               primer álbum en esa nueva etapa vendió más de medio millón de copias, que se dice
               pronto. Eso fue a los veintisiete o veintiocho años. Dos años y medio después lanzó su
               segundo trabajo en solitario, Caliente, y a raíz de una gala benéfica en televisión conoció
               a Vania, que por entonces tenía veinte, diez menos que él. Durante cinco meses habían
               salido en todas las revistas de cotilleo, habían sido pasto de los depredadores de noticias,
               habían dado pábulo a mil especulaciones.
               Y tal y como empezó, lo suyo terminó.
               Un día ella apareció en Venecia con el hijo de un piloto de Fórmula Uno retirado, y él en
               el estreno de una película en Madrid con la protagonista de la cinta.

               No quisieron hablar.
               Y nunca lo hicieron.
               Vania había tenido sólo tres parejas estables a lo largo de su vida, Tomás Fernández,
               Nando Iturralde y Robert Ashcroft, con el que se casó. El resto fueron posibles amantes
               ocasionales o amigos de una noche o una semana. Nada serio.
               Así que si conseguía que me contara algo, yo sería el primero. De Nando Iturralde no
               había nada diez años antes. Por lo menos él se portó bien. Espíritu de roquero.
               Me recibió en su despacho. Tenía cuarenta y cinco años, se mantenía en forma, y después
               de casarse con Montse Cros, hija de los Cros de Manresa, había montado una productora
               de televisión que le iba viento en popa. Y no se trataba de un braguetazo. Nando Iturralde
               tenía pasta. Ahora se rumoreaba que iban a relanzarse sus grandes éxitos y que, a lo
               mejor, volvía a la escena. Los viejos roqueros nunca mueren.
               —Zonas Interiores —dejó mi tarjeta encima de su mesa—. ¿Qué tal está Paula?
               —Muy bien.
               —Me hizo unas fotografías en una actuación, en el Palacio de los Deportes, en el... —se
               echó a reír y no dijo el año—. Bueno, ¿que más da? Fueron muy buenas. Utilizamos una
               en la portada de un «maxi».
               Ni lo sabía. Dios, mi madre había hecho tantas cosas que se me escapaban.
               Ni ella misma se acordaba a veces.

               —Ahora ya no hace fotos —me limité a informarle.
               —No me digas que estás aquí por esos rumores acerca de mi vuelta a los escenarios y el
               Grandes éxitos.
               —Me temo que no —pensé que no iba a conseguir nada—. He venido a hablar de Vania.


                                                                                                           31
   26   27   28   29   30   31   32   33   34   35   36