Page 30 - Las Chicas de alambre
P. 30

—¿Volvió a verla?
               —No.

               —¿Nunca le llamó para...?
               —Nunca, ¿por qué iba a hacerlo?
               —Porque a veces el primer amor no se olvida, y queda algo.
               —Vanessa   estaba   subiendo   como   la   espuma   —confesó—.   No   paraba   nunca   en
               Barcelona.  Contratos,  pases,  viajes...  A   mí  me   ponía  a  mil,  claro.  Lo  mismo   que
               enloqueció a miles de tíos. Pero, ¡qué coño!, éramos unos críos. Se nos fue de las manos
               y ella acabó «pasando» después de una pelea. Supongo que se olió la fama, así que no
               puedo   culparla.   ¿Qué   podía   hacer   yo?   ¿Actuar   de  manager,  de   secretario,   de
               guardaespaldas? El mercado también tiene sus leyes. Las tops han de ser libres o andar
               jugando con roqueros, que es lo que se lleva.
               —¿Nunca le contó nada especial, le habló de un sueño, le dijo lo que haría si un día lo
               dejaba? —recordé lo que me había dicho mi madre la tarde anterior.
               —No recuerdo ni de qué hablábamos. Yo procuraba pasar el tiempo que podía en la
               cama, aunque ella...
               —¿Qué?
               —Bah, nada —hizo un gesto vacuo.
               —No creo que tuviera problemas con el sexo.

               —Supongo que yo la enseñé —reconoció fatuamente—, pero estaba tan pendiente de su
               cuerpo y de su belleza que... ¿Has salido con alguna modelo?
               —Sí.
               —Entonces ya sabrás de qué te hablo —puso cara de idiota—. «No me aprietes los
               brazos que me dejas marcas.» «Cuidado con el cuello que se queda rojo y después se
               nota.» «Ahora no...»
               Ya tenía ganas de irme de allí, pero le hice aquella pregunta:
               —¿Qué pensó al verla convertida en una de las chicas más admiradas del mundo?

               —¿Qué querías que pensara? Pues que por lo menos yo había sido el que la estrenó.
               Era un cabrón. Había tenido en los brazos el Sol y lo había dejado caer en la noche. Tuvo
               a una rosa entre las manos y la aplastó. Pudo haber retenido el agua de la lluvia, pero se
               lavó con ella. Un maldito cabrón.
               El primero de los muchos con los que, seguramente, habría tropezado Vania... y todas las
               mujeres guapas que, por el simple hecho de serlo, tenían que aguantar a todos los tipos
               convencidos de que podían tenerlas, o comprarlas, como si tuvieran un precio.
               Aunque algunas también participaran de esa guerra sembrando truenos.
               —¿Cree que Vania puede estar viva después de diez años de silencio?
               Fue categórico:
               —No, seguro. Cuando se quiere llegar a la cumbre, como quería llegar ella, y se está
               dispuesta a pagar el precio que sea por conseguirlo, no se deserta. Vanessa llegó. Si no
               está ahí ahora, es porque está muerta. No sé dónde, ni cómo, pero ha de estarlo. Leí lo de
               la clínica, por lo de la anorexia. ¿Salió bien? Y un cuerno. Murió y alguien la enterró en
               secreto, sin publicidad. Su tía o... vete a saber quién. Pero ha de estar muerta. No tendría
               sentido si no fuera así. Muerta.
               Lo dijo sin ninguna pasión, sin sentimiento.

                                                                                                           30
   25   26   27   28   29   30   31   32   33   34   35